Hola queridos amigos Anaquelianos, estos últimos días Valentina y yo hemos andado con ¨toda la pila¨, lo que se traduce a vagancias por los rincones, carreras por toda la casa, risas encerradas por los cuartos y muchas aventuras en nuestro haber. ¿Por qué me incluyo en el paquete? Bueno ella es mi compañera predilecta de juegos; a veces los adultos son muy serios y no toman en cuenta las cosas importantes de la vida. ¿Cuándo fue la última vez que un adulto te preguntó que tan rápido podías correr con tus zapatos nuevos? Ese tipo de cuestionamientos se quedan rezagados conforme nos vamos llenando de responsabilidades y creyendo importantes. Es una lástima, porque el sentarse en el piso a jugar con un niño y sentirse de nuevo niño es un placer que pocos recordamos.
Claro que no todo el mérito es mío, tengo una muy buena maestra.
Para contarles como empezaron estos días llenos de travesuras tengo que regresarme a inicios de la semana, cuando en pleno lunes a las cinco de la mañana una tierna voz me dice en mi oído: “Mamá, ya no quiero dormir, es muy aburrido, ¿vamos a jugar?”. Por un momento creí que estaba soñando, pero después de un jalón de párpados para verificar que estuviera ya consciente de parte de mi pequeño despertador de cabello rizado, me tuve que levantar de la cama con un pie arrastrando delante del otro. Se preguntarán porque no la dejo que juegue un rato ella sola; la experiencia me ha enseñado que momentos de silencio son seguidos por largos arrepentimientos de mi parte, así que prefiero estar acompañandola en sus aventuras. Después de todo no siempre será una niña pequeña y yo no siempre seré su compañera de juegos favorita.
Así fue como participé en varias búsquedas de tesoros y pelee con duendes a lo largo del día. Lo interesante no es sobrevivir a estas luchas encarnadas sino lograr dormir a Valentina. La rutina para ir a la cama está llena de dolor, por mi parte mayormente, ya que siempre involucra algún tipo de correteo, saltos o atrapadas, en un leve intento por cansarla, aunque meditando en éste momento, creo que tiene el efecto contrario. Habiendo logrado posicionarla en la cama, lease bien no está dispuesta a dormir, pero al menos está en la cama, hemos empezado a leer el hermoso libro “PLATERO Y YO”. Valentina sigue brincando, jugando y revoloteando, pero su oído está atento y me pregunta;
—Mamá, ¿porqué Platero es como las nubes?
Y yo con mi mirada de adulto le digo, porque es de color gris plateado, se parece a las nubes que están en el cielo. Pero la verdad es que la pregunta iba más allá.
Varias páginas después Valentina se ha acurrucado en mi pecho y se ha quedado dormida. ¡Me siento triunfante, por fin! Claro que tanto esfuerzo hizo que Morfeo se alejara de mí, y no conozco mejor manera de aprovechar esta situación que con un buen libro, así que a hurtadillas me dirijo a la sala y empiezo a leer “UNA NIÑA ANTICUADA” de Louise May Alcott. Este libro siempre me arropa en un mundo lleno de sueños y deseos por cumplir, pero también se roba mis horas tan necesitadas de sueño. Así que cuando el gallo canta el martes, yo tengo una resaca literaria que no puedo con ella, y la tierna vocecita que lo acompaña me recuerda que debí haber escuchado a la razón y no seguir leyendo pasada la media noche. Cuando nuevamente estoy sentada en el sillón como el caballo del lechero del pueblo, intentando no dormirme, recuerdo las palabras de mi querida amiga Louise May Alcott;
“Y la verdad es que Polly no creía que hubiera hecho mucho, pero se trataba de una de aquellas pequeñas cosas que siempre espera que se hagan en este mundo, donde abundan los días de lluvia, donde los espíritus desfallecen y el deber no suele ir acompañado de placer. Las pequeñas cosas como esas son, básicamente, el buen trabajo de la gente pequeña; un pensamiento pequeño y amable, un pequeño acto de generosidad, una pequeña palabra de ánimo, todo eso es tan dulce y agradable que no hay nadie que pueda evitar sentir su belleza y el afecto por quién lo da, independientemente de lo insignificante que pueda parecer. Las madres suelen hacerlo muchas veces, sin ser vistas, sin que se les de las gracias, pero se siente y se recuerda mucho tiempo después, no se pierde jamás, pues esta es la sencilla magia que une los corazones y mantiene la felicidad en los hogares…”
Estas palabras me hacen ver que estos momentos se quedarán guardados en su corazón y le darán el consuelo necesario cuando la realidad sea muy difícil de tolerar. Sólo desearía que me recordara con un mejor peinado y con ojeras no tan notorias.
Estoy muy agradecida que me acompañen nuevamente, los espero con otra aventura más ya con la firme intención de tener mi cabello más presentable y sin que me confundan con un mapache.
Erika Castillo