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viernes, 17 de junio de 2022

Aventuras de una mamá lectora, los ciclos de color púrpura

 “Un niño siempre puede enseñar tres cosas a un adulto: a ponerse contento sin motivo, a estar siempre ocupado con algo y a saber exigir con todas sus fuerzas aquello que desea”

Paulo Coelho

 

            Mis queridos Anaquelianos, nuevamente las letras y el amor por las historias que nuestros amigos los libros nos regalan nos unen aquí en nuestro rinconcito, de este caótico y bello mundo. Gracias por permitirme ser parte de su día.

 

¿Les ha sucedido que una canción se aloja en un rincón de sus pensamientos y sirve de trasfondo musical para su diario existir? Bueno, a mí me sucede muy seguido. Hay melodías que se han quedado grabadas en mi corazón y están en repetición continua. Pero, hay una en especial que ha estado recientemente en “loop”  con mis pensamientos. Comenzó un día cuando estaba bañándome, de la nada me encontré cantando esta sinfonía mientras el agua me despabilaba. Consecuentemente me acompañó en mis diarios deberes. Inclusive la incluí en mi lista de reproducción de ese día. Al caer la noche nuevamente la estaba escuchando en mi mente, haciéndole competencia al libro que tenía en mis manos. Dos días después vivía la misma historia, no podía saciarme de escuchar la canción que habitaba en mi cabeza. 

Estando en casa de mi mamá haciendo un dibujo para mi sobrino, el de los ojos traviesos y vagancias ininterrumpidas, esta canción estaba de fondo nuevamente. Ahora, como podrán adivinar, mi sobrino se hizo el más reciente admirador de dicha pieza musical. 

Será una canción que está de moda, me dirán ustedes, pero, no es así. Esta melodía cobró vida hace muchos años ya, ha sido entonada y cantada por muchos a través de los tiempos. Su nombre: El Fantasma de la Opera, de  Andrew Lloyd Webber. 

Citando a la canción en el sentido más literal: “ The phantom of the opera lives here… inside my mind” (El fantasma de la opera vive aquí… dentro de mi mente)

 

Bueno, ya que he puesto una melodía en su mente, permítanme compartirles una experiencia que he estado viviendo en los últimos meses de manera más consciente, ya que desde que me convertí en madre se hizo una realidad más palpable.

 

“¿Sabéis?, dicen que cuanto más alto los lanzas de pequeños, más fácil es que aprendan a volar”

Hay una frase que es muy recurrente en las personas que quieren ser padres y madres, también en los que iniciamos el camino de educar a nuestros hijos: Yo no voy a cometer los mismos errores que mis padres…y aquí podemos insertar una lista muy personal de todas las situaciones que en algún momento nos parecieron fuera de lugar. Pero, ¿qué implica romper con todos estos comportamientos que nos han sido heredados de generación en generación?

Déjenme tener el atrevimiento de compartir una vivencia de la mano de mi querida niña de cabellos rizados:




            Cierto día Valentina había tenido un día muy importante en compañía de sus muñecas, habiendo creado un mundo mágico por toda la sala; entiéndase que a los ojos de los adultos esto se traduce en un desorden de dimensiones descomunales. 

La mamá de Valentina tuvo un día muy atareado, donde las obligaciones se habían llevado su paciencia y casi todas sus fuerzas físicas, por lo que le pidió a su hija que empezara a ordenar los juguetes de la sala. Pero Valentina hizo caso omiso, ella quería seguir viviendo en su mundo. No se le puede reprochar nada ¿verdad?

Pasados los minutos, la mamá de Valentina le volvió a pedir que pusiera los juguetes en su lugar, aunque su voz ya dejaba ver un tono de desesperación. La niña siguió jugando ignorando las peticiones que se le hacían.  Al entrar nuevamente a la sala, la mamá de Valentina sintió que la poca paciencia que le quedaba había expirado y con voz muy fuerte le ordenó que dejará de jugar y ordenara todo.

Valentina se quedó mirando a su mamá muy asustada, se levantó rápidamente y empezó a poner todo en su lugar con una mirada triste. La mamá se encerró en el baño y comenzó a llorar. La frustración y la desesperación habían tomado el control sobre ella. ¿Cómo romper con los patrones que hemos observado a lo largo de nuestra vida?

 

“Esto es lo que nuestra gente le pide al dios supremo, al Chukwu: Dadme riquezas y un hijo, pero si tengo que elegir entre ambas cosas, dadme un hijo porque cuando crezca, también crecerán mis riquezas”

 

A los pocos minutos, yo, la mamá de Valentina, salí del baño con la cara enrojecida por las lágrimas, para encontrarme con una habitación impecable y una niña que me miraba buscando aprobación. 

— ¿Está bien así mamá?

—Sí mi amor, gracias —contesté con voz ronca

— ¿Me perdonas por no hacerte caso ahorita?

 

Estas palabras me quebraron, y volví a llorar. Sólo que esta vez sus pequeños brazos me rodearon para consolarme. Y aquí estaba la lección más grande que habría de recibir: Aprender a pedir perdón.

En este instante fue donde las palabras que mencioné al inicio se repitieron en mi cabeza:

“No quiero cometer los mismos errores...”

Entonces me armé de valor e hice lo que nunca había visto hacer:

—Perdóname tú a mí, mi amor, no debí hablarte de esa manera.

Ahora sus ojos liberaban esas lágrimas que comenzaron a formarse cuando yo le había levantado la voz.

Y así, con un simple acto pude romper un ciclo de años, de padres y madres que sufrieron en silencio, por la creencia errónea que les impusieron haciéndoles creer que para mantener la autoridad y el respeto había que mostrarse duro y no aceptar los errores. No mostrar debilidad. ¿Cuántas actitudes y acciones realizamos de manera inconsciente perpetuando los patrones que nos hacen daño y no nos atrevemos a cambiar? Para romper todos estos ciclos y crear una realidad más compasiva con nosotros mismos y con quienes nos rodean necesitamos vivir de manera más intencional, presente en cada acto, en cada palabra. Es más fácil escribirlo que hacerlo ¿verdad?

Nuestro abrazo fue eternamente cortito, ya que Valentina en su eterna algarabía ya había encontrado una actividad a la cual me invitaba a unirme. Otra lección me enseñaba nuevamente.

“Sentía mi pecho pleno de algo parecido a un baño de espuma. Luz; la luz era tan agradable que hasta podía notar su sabor dulce como un anacardo maduro de un amarillo intenso.”

 

Alguien que me ha ayudado mucho a reflexionar sobre todo esto, es una escritora nigeriana a la cual no tenía el placer de conocerla, su nombre: Chimamanda Ngozi Adichie, su libro: La Flor Púrpura.

Ella entrelaza en la ficción muchas realidades de la vida diaria; el amor y la admiración a los padres, la unión entre hermanos, encontrar a la verdadera familia, pero también nos muestra los diferentes rostros del dolor, violencia y sufrimiento. Me tomó de la mano y me llevó a una Nigeria que lucha internamente por sus ideales, me mostró la cara del fanatismo religioso y sus terribles consecuencias, pero siempre bajo la luz de la esperanza, esa que nos permite soñar con mejores días.

 

“Me sentía como en casa, como si estuviera en el lugar que me correspondía desde hacía mucho tiempo”

 

Anaquelianos me despido de ustedes deseando que los encuentre un libro lleno de lecciones de vida, que les de la fortaleza necesaria para romper con los ciclos y patrones que necesiten ser quebrantados, mientras yo escucharé esa canción que vive en mi mente jugando con Valentina y las muñecas en el piso de la sala…

 


Erika C.