“Los juegos infantiles no son tales juegos, sino sus más serias actividades.”
Michel Eyquem de Montaigne
Una melodía ha sido la música de fondo de mi cerebro desde que abrí los ojos esta mañana. Aunque tengo el presentimiento de que estaba presente también en mis sueños. Cada palabra que he logrado organizar en una oración coherente, por no decir normal, lleva el tintineo de las campanillas y el redoble de los tambores en su esencia. A lo lejos escucho de nuevo la melodía, ¿será que mis oídos están materializando lo que la mente crea? ¿Mis sentidos están fallando y experimentan cosas dónde no las hay?
La confusión impregna todo lo que puedo percibir. La realidad y la fantasía se han mezclado en una rapsodia de imágenes con sonidos taladrantes. De pronto una vocecita:
— Mamá ¿me pones otra vez las caricaturas del niño superhéroe? ¡Por favor!
Allí lo tienen… el culpable de mi sinrazón.
Ese programa televisivo que ha estado en repetición contínua desde hace ya tres años, aunque si me lo preguntan, a mí me pareciera que desde que se creó el mundo lo he estado escuchando.
Mis queridos Anaquelianos bienvenidos sean a nuestro querido rincón de Anaquel Literario, permítanme hacerles una pregunta un tanto borrascosa:
¿ Han sido torturados por esos entes diminutos que llamamos niños?
Quien ha tenido el privilegio de ser testigo de el crecimiento de un pequeñito, comprende que ésta no es una “actividad” para los débiles de corazón. Es una montaña rusa que puede sorprenderte, ya sea con hallazgos de juguetes en los lugares más insospechados, como con restos de comida en lugares donde la física no puede explicar su existencia o con preguntas tan complejas de encontrar respuesta que hasta el mísmisimo Platón no habría dicho una de sus más conocidas frases: “Hay que compartir el conocimiento”; pero también con abrazos y besos llenos de amor sincero, que reconfortan hasta el alma más decaída después de un día de convivir con responsabilidades y obligaciones que saturan la vida.
Entre todas estas convergencias de la existencia, los pequeñitos adultos en formación han encontrado una táctica infalible para lograr que los ya tan denominados adultos mayores sean esclavos fieles de sus deseos: La tortura psicológica.
“Incluso las peores noticias son un alivio cuando no pasan de ser una confirmación de algo que uno ya sabía sin querer saberlo”.
Y es así mis queridos Anaquelianos, que mi versión en miniatura ha estado haciendome pagar por todos los pecados cometidos desde hace ya varias vidas atrás. He visto ese programa de caricaturas tantas veces que inclusive puedo encontrar las incoherencias más insignificantes en una escena que ni el mismo dibujante pudo percatarse de ellas cuando las creo. Inclusive el aparato de televisión entra en automático a las caricaturas, ya no es necesario que utilicemos el control remoto, él sabe que hacer, ni la Inteligencia Artificial puede lograr dichas programaciones.
“En mi mundo, las grandes esperanzas sólo vivían entre las páginas de un libro”.
Para lograr tener un poco de cordura, hice lo que mejor se hacer, ponerme a leer. Obviamente con la música de fondo del programa de caricaturas. El juego del ángel de Carlos Ruíz Zafón fue el elegido en esta ocasión. Se que ésta serie de libros salió hace muchos años ya, pero a mí llegó apenas unos cuantos meses atrás. Me tiene totalmente atrapada, me declaro presidenta del club de fans de Fermín Romero de Torres. La sombra del viento me dejó queriendo saber más, y aunque es una historia cerrada deja entrever que el universo del Cementerio de los libros olvidados apenas ha mostrado un atisbo de su encanto.
Cuándo me adentré en la historia del segundo tomo se la saga, fue un placer muy grato. A medida que avanzaba en la trama más relegaba mis responsabilidades matriarcales, “al fin y al cabo los trastes pueden esperar” me repetía cada vez que pasaba una página más.
“Hay que mantener el cerebro ocupado. Y si no se tiene cerebro, al menos las manos”.
Cierta tarde que por caprichos del destino me encontré con que el aparato televisor estaba disponible sólo para mí, por lo que dejé de lado a David Martín y el enigmático Andreas Corelli (apenas estoy leyendo el último libro, así que no me cuenten que pasa, ¡por favor!) para ver alguna serie; de esas que siempre he querido ver y nunca he podido.
Quiénes saben de esas cosas dicen que las manos tienen memoria. Lo he descubierto de la peor manera. Les diré porque: Tomé el control de la televisión, presioné el botón grande color verde que la enciende, acto seguido el botón de las letras rojas para entrar al menú donde están todas las series, moví las flechas con la inercia propia de los días mientras buscaba mi suéter para acurrucarme, luego escuché el característico sonido de inicio de la plataforma de streaming y después el sonsonete más aterrador, traumático y torturante que he escuchado durante estos últimos tres años: los tambores alegres de la serie del niño superhéroe. ¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta? ¿Acaso mi cerebro ya está condicionado para sólo ver programas para niños? ¿Me gusta torturarme? Éstas y mil preguntas más asaltaron mi mente mientras a toda prisa quitaba el programa, no fuera a ser que conjurara la presencia de la pequeña de rizos alborotados y tuviera que luchar por la posesión del aparato electrónico.
“Es nuestro ángel de la guarda, el ángel de las mentiras y de la noche”.
Mis queridos Anaquelianos me despido de ustedes no sin antes desearles que encuentren un libro que los aleje de la tortura diaria del vivir, que les permita adentrarse a un mundo lleno de personajes enigmáticos e historias llenas de misterio. Yo mientras tanto buscaré un escondite para el control remoto de la televisión, no vaya siendo que en mi rato libre quiera ver el programa del niño superhéroe otra vez…
Erika C.