Imagen de portada. |
viernes, 27 de febrero de 2015
En el viejo Armario, audio relato de terror
martes, 24 de febrero de 2015
Buscando a Drácula
El tema principal además de los vampiros es la Historia, leer es la base del conocimiento, y el conocimiento por supuesto es poder. Todos los personajes en algún momento de la novela leen y escriben, ¡hasta parecen anaquelistas! También maneja algunos otros temas como la religión, a fin de cuentas Vlad Tepes era cristiano y se ve envuelto en el mundo musulmán siendo prisionero de los otomanos, de ahí el por que les tiene tanto odio, un ejemplo más de la sociedad arruinada por los conflictos religiosos.
Este es uno de esos libros que no puedes dejar de leer, te quedas siempre queriendo saber más, ¿encontrarán la tumba? ¿existen los vampiros? ¿que significa ese misterioso libro? ¿dónde puedo conseguir uno igual? La novela te invita a leer más sobre historia, lo mismo que pasa con algunos otros, como por ejemplo con El Código Da Vinci... novela que por cierto La Historiadora en su primer semana de haber sido publicada le gano en ventas.
Conforme vas recorriendo sus páginas te encuentras buscando en la red, fotografías de los lugares que visitan sus personajes, sus descripciones son con tanto detalle que imaginas que estás ahí mismo, resolviendo misterios haciendo el papel de detective.
Esta novelita recibió en 2003 el premio Hopwood que se da a novelas en desarrollo y es otorgado por la Universidad de Michigan, Elizabeth Kostova recibió $10,000 USD para motivarse y continuar con su buen trabajo. Este premio lo otorga dicha institución académica para fomentar la escritura creativa entre sus alumnos (as).
En 2005 ganó el Quill Award en la categoría Debut Author of the Year, y la novela es nominada también al International Horror Guild Award, aunque insisto, a mi no me parece una novela de terror, pero cada quien. Un año más tarde fue el Book Sense Book of the Year Award en la categoría de ficción para adultos.
La versión en castellano recibió el premio otorgado por la revista Qué Leer como el mejor libro extranjero del 2005, ¡puros premios!
Mezcla de personaje histórico con uno ficticio, búsqueda documentada de una verdad que ¿podría ser acaso verdadera?, una buena historia de vampiros fuera de lo común y ordinario, líneas de tiempo intercaladas, lo académico se encuentra con lo oculto y paranormal, claves ocultas, ¿algo más? Definitivamente La Historiadora es para leerla y disfrutarla al máximo, sí, es una novela larga, pero vale la pena cada página, y a mi como buena fan del séptimo arte me encantaría ver en película, he estado haciendo mi cast personal para imaginar a los personajes interpretados por algunos de mis actores y actrices favoritos, espero y algún día a alguien se le ocurra.
domingo, 22 de febrero de 2015
“Micrófono Abierto"
En esta única ocasión la entrevista se realizará en dos tiempos. Durante la semana que va del lunes 2 de marzo al viernes 6 de marzo, en el grupo de facebook “Anaquel Literario”, dentro del post marcado del grupo, los interesados en participar podrán dejar sus preguntas. Una vez terminada la semana, yo misma (Ana Saavedra) le haré llegar las preguntas a nuestro escritor invitado, quien amablemente las responderá y posteriormente yo misma las publicare en este blog. La dinámica será de este modo, pues el escritor accedió a esta entrevista con esta condición, únicamente debido a lo complicado de su agenda.
Así que ya saben queridos anaquelistas, corran la voz y prepárense para un mes dedicado a aprender sobre escritores y sus experiencias. Nos vemos el lunes 2 de marzo en el grupo de Facebook “Anaquel Literario” https://www.facebook.com/groups/643429609000410/ y no olviden seguirnos en la fanpage del mismo nombre.
El bolígrafo de gel verde
Su primera novela autoeditada y que le supuso el éxito al vender más de 3.000 ejemplares.[1] , siendo fichado por la editorial Espasa que reeditó la novela,[2] que fue lanzada el 13 de enero de 2011 con una nueva portada y cambios de edición.[3] [4]
La novela ha sido traducida al catalán, el italiano y el holandés con los nombres de El bolígraf de tinta verda, Ricomincio da te y De groene pen respectivamente. También ha sido traducida recientemente al taiwanés.
Lo que encontré bajo el sofá
Segunda novela del autor publicada el 25 de septiembre de 2013.
NOTA
para dejar sus preguntas pidan acceso al grupo en el siguiente link
https://www.facebook.com/groups/643429609000410/
Y esperen al día 2 de marzo.
Ana Saavedra
viernes, 20 de febrero de 2015
Conociendo a la escritora Emilia Casas Fernández.
Imagen de la entrevista en Onda Cero |
Imagen de la entrevista en canal 8, Zamora - España |
Vigo - España |
Sus obras publicadas hasta le fecha son tres
http://www.artgerust.com/libro/la-sra-belinwuein-por-emilia-casas-fernandez/4236 |
Nos comenta la autora sobre la novela:
http://www.artgerust.com/libro/el-asesino-de-la-vela-por-emilia-casas/4415 |
http://www.artgerust.com/libro/el-hotel-collingwod-por-emilia-casas-fernandez/4564 |
Vuelve a aparecer el Detective Smít, para él no existen crímenes perfectos, sino investigaciones imperfectas y ésta, no será una de ellas, especialmente porque ha de demostrar su inocencia... En ella, al igual que el primer caso de este Detective tan particular, mezclo los relatos británicos de la novela policíaca, donde intervenían las clases sociales altas, los crímenes eran generalmente "refinados" y donde el culpable casi siempre era descubierto y castigado por la ley, con la novela negra americana.
http://www.casadellibro.com/ebook-la-sra-belinwuein-ebook/9788416091188/2253839
http://ocio.elcorteingles.es/ebooks/ebook/el-asesino-de-la-vela-ebook-9788416091737
Link del vídeo de la entrevista en el canal 8 de Zamora
https://www.youtube.com/watch?v=PmE3hTMwGfE&feature=youtu.be
Hasta pronto.
miércoles, 18 de febrero de 2015
La esperanza del Tíbet
OPINIÓN PERSONAL
La verdad es que la novela de José Vicente Alfaro logró mantener mi atención desde el principio. Es una interesante historia de intriga enmarcada en el mágico entorno de la Isla de Pascua. La unión del pasado con el presente se sucede de una forma natural, enlazando perfectamente ambos estados. El trabajo de documentación es admirable y la prosa muy cuidada. Fácil de leer y agradable de imaginar. Incita a querer que no termine, a seguir descubriendo los misterios de esa enigmática civilización.
lunes, 16 de febrero de 2015
Latidos, revista Gealittera Nº6
viernes, 13 de febrero de 2015
Y dijo... sí (Primera Parte)
miércoles, 11 de febrero de 2015
Reseña: "El jardín de la memoria" de Lea Vélez
Autor: Lea Vélez
Editorial: Galaxia Gutenberg
ISBN: 9788416072439
Precio: 17,90€
Páginas: 256
lunes, 9 de febrero de 2015
El corazón del caimán de Pilar Ruiz, llega a destino
domingo, 8 de febrero de 2015
UNA HABITACIÓN PARA LA ETERNIDAD por Javier Núñez
Buen inicio de semana, queridos anaquelistas. En esta ocasión les traemos un relato del escritor, Javier Núñez. Esperamos que lo disfruten, compartan y comenten su opinión.
UNA HABITACIÓN PARA LA ETERNIDAD
por Javier Núñez
Correctora: Bea Magaña
Rafaela se encontraba sentada ante una pequeña mesa de madera ajada, llena de vetas y nudos oscuros, jugando una partida de solitario con una baraja española. Las cartas dispuestas sobre la superficie gastada estaban combadas y llenas de dobleces. Cogió una del montón que sostenía boca abajo en la mano izquierda, le dio la vuelta y la examinó. Comprobó que se trataba del cuatro de espadas y la dispuso en la parte inferior de una de las hileras. Pese a moverse con gestos lentos y pesados, no necesitó detenerse a pensar dónde ponerla. Había jugado tantas veces aquellas partidas. Tantas miles de veces…
Alzó la vista y miró hacia el pequeño bulto que yacía tendido en la cama, inmóvil frente a ella. El armazón de esta era de un hierro tan deslustrado que ni siquiera la luz del sol que se colaba tímidamente por la ventana era capaz de arrancarle un destello. El hombre que se encontraba bajo las mantas estaba recostado sobre el lado izquierdo, de cara a la suerte de puerta de que disponía la habitación, y permanecía inmóvil durante tanto tiempo que podía inducir a pensar que estaba muerto. Solo que no era así. No allí. La realidad era que se hallaba tan débil que apenas era capaz de mover una ínfima parte de su propio peso.
Rafaela regresó a su partida de solitario. Al agachar la cabeza comprobó que, por sí misma, su mano derecha ya había comenzado a depositar una sota de bastos en la parte inferior de otra de las hileras. El resultado no era importante para ella. Le daba igual si completaba o no el solitario, pero la decisión de seguir jugando no le pertenecía. Continuaba haciéndolo porque no tenía alternativa. Arrojar las cartas contra el suelo y cruzarse de brazos no constituía una opción válida. Su margen de movimientos no podía ser más reducido. Con excepción de algunas pequeñas modificaciones conductuales sin importancia, todo escapaba a su control. Todo estaba escrito, y quien lo hizo había usado tinta indeleble. De la que perduraba en el tiempo, sin siquiera emborronarse.
El As de copas, la siguiente carta, no encajaba en ninguna de las siete hileras, así que la devolvió al montón y cogió otra. Jugó durante un rato más. Hasta que, poco a poco, el montón fue disminuyendo de grosor, y se quedó con menos de una docena de cartas en la mano. Colocó un tres de oros al final de la tercera hilera empezando por la izquierda antes de que la partida entrara en una fase de bloqueo insalvable y no le quedara más remedio que darla por finalizada. Las soltó boca arriba, sobre la mesa, y comenzó a recogerlas para empezar una nueva.
Aunque, en realidad, no tenía nada de nueva.
No necesitaba jugarla para saber que la próxima también la perdería. Pero, aun así, debía hacerlo. Debía jugarla. Como todas las anteriores, y como todas las que vendrían después.
Cuando volvió a quedarse bloqueada —esta vez con solo cuatro cartas en la mano—, retiró la silla de madera hacia atrás y se levantó. La anea entrelazada crujió cuando despegó el trasero del asiento. Se alisó la falda y se acercó al hueco abierto en la pared que hacía las veces de ventana. Al otro lado de los listones de madera que la delimitaban, el cielo era de un color gris ceniza a causa de las numerosas nubes que lo cubrían —incluso bajo ellos; como si la habitación flotara en el espacio—. A través de estas, el sol pugnaba por abrirse paso como un aguerrido soldado en medio del fragor de la batalla. Cuando lo lograba, sus rayos diluían la penumbra en que se hallaba sumida la habitación e iluminaban vagamente sus contornos. Al mismo tiempo, los rasgos de Rafaela mutaban y se transformaban en un cúmulo entremezclado de luces y sombras en su rostro surcado de arrugas.
La última vez que había examinado su reflejo en un espejo tenía el pelo entrecano, y sabía que eso no había cambiado. Ni ninguna otra de las características de su apariencia o condición física. Seguía teniendo una acentuada red de varices en las piernas, la verruga con forma de lágrima del párpado izquierdo, molestias en la parte baja de la espalda como resultado de toda una vida de duro trabajo. Porque en aquel sitio las cosas no variaban. No mejoraban ni empeoraban. Ya que allí el tiempo —y todo cuanto pudiera guardar relación con él— no ejercía la menor influencia. De hecho, literalmente, no existía.
Al cabo de un rato se volvió, atravesó la habitación y se detuvo ante la cabecera de la cama. La cabeza del hombre yacía apoyada sobre una fina almohada. Tenía los carnosos párpados caídos sobre los pómulos, el pelo corto, negro y despeinado, y una barba desaliñada que se amontaba en torno a sus mejillas y bajo su barbilla como un ovillo de lana después de que un niño hubiera estado jugando con él. Bajo esta se adivinaban con claridad unas mejillas hundidas, que hacían que los pómulos parecieran más prominentes y los ojos más hundidos en sus cuencas. Su nariz era ancha y estaba sepultada bajo un aluvión de venitas rotas: un rasgo muy común entre los alcohólicos.
Rafaela no tenía ni idea de cómo se llamaba. De igual manera que no sabía por qué compartía esa habitación con ella. Por su aspecto, daba la impresión de que había llevado una vida desordenada y poco saludable. Y el hecho de que hubiera terminado allí añadía un nuevo elemento a la ecuación: no había sido una buena persona. Como ella, al parecer. Por eso permanecían atrapados en una burbuja que no estallaba y que todo apuntaba a que nunca lo haría.
Sus intentos de entablar conversación con el hombre habían pinchado en hueso. Era consciente de la presencia de Rafaela, pero hablar resultaba ser una tarea demasiado ardua para él. Rafaela pensaba que, para terminar en ese estado, debía haber hecho mucho daño y dejado tras de sí mucho dolor durante el tiempo que su corazón había bombeado sangre a todos los rincones de su organismo.
El hecho de que no solo hubiera terminado allí, sino que su castigo fuese permanecer inconsciente la mayor parte del tiempo, le había encogido el alma. Pero eso solo había sucedido al principio. Los primeros días, por así decirlo. Luego había concluido que existían varios preceptos inviolables, cuyo quebrantamiento le hacían a uno acabar allí. Y que el hombre debía haberse llevado unos cuantos por delante, como un obstáculo en medio de las vías al paso de un tren de mercancías. Varios peldaños por encima de los que quiera que se le atribuyesen a ella, en todo caso.
El hombre sufrió el esperado ataque de tos y Rafaela lo recibió con tranquilidad, inclinándose sobre él y rodeándole el cuerpo con los brazos. Bajo los huesudos omóplatos, su piel estaba blanda y correosa, y despedía un tufo agrio semejante al de la leche de un brick olvidado en el fondo de la nevera, detrás de un bote extragrande de mostaza. Tiró de él y lo incorporó sin dificultad. La manta con que se cubría cayó sobre su regazo, dejando a la vista un torso descarnado que era poco más que pellejo, en el que destacaban dos gruesos pezones sonrosados rodeados de una mata de oscuro pelo largo y rizado.
Estuvo dándole palmaditas en la espalda, sin preocuparse por que le tosiera en la cara, hasta que se le pasó. Seguía resultándole tan desagradable como la primera vez, pero hacía mucho que había dejado de atender a remilgos. Cuando el cuerpo del hombre empezó a relajarse, Rafaela lo apartó de sí y lo recostó nuevamente sobre el colchón. Su boca abierta dejaba a la vista unos dientes amarillentos y picados, y un reguero de baba le rodeaba la boca y se le escurría por entre la barba. Boqueó varias veces, como un pez fuera del agua. Entonces, entreabrió los ojos y articuló un inaudible «gracias».
Rafaela no contestó. El simple hecho de que aquel hombre estuviera allí le despertaba un profundo sentimiento de animadversión.
¿Cuál era la historia de su vida? ¿Qué era aquello tan horrible que le había hecho terminar en ese lugar?
Aunque, si lo odiaba, ¿lo justo no sería que se odiara también a sí misma? No recordaba nada de su vida anterior. Todo su pasado se había borrado de su cabeza como una foto velada. Así que no podía saber qué acción o acciones la habían condenado a quedar atrapada en aquel sitio. Pero, en el fondo, eso era lo de menos. Un mero detalle sin importancia, porque recordarlo no cambiaría nada, partiendo de la base de que el pasado era inalterable.
El hombre había vuelto a dormirse, y Rafaela se giró hacia la puerta que tenía a su espalda. O la apariencia de puerta, más bien, puesto que carecía de picaporte, cerradura y bisagras. Al principio de estar allí —fuera cuando eso fuese— la había aporreado y pedido ayuda a gritos, pero nunca acudió nadie. Y era demasiado robusta para una mujer de sesenta y tres años con problemas de circulación en las piernas y artrosis en las articulaciones. No podría tirarla abajo ni aunque fuese de cartón prensado.
Fuera, el cielo seguía siendo de un gris plomizo, pero el sol había ido desplazándose hacia el oeste hasta desaparecer del campo de visión que le ofrecía la ventana, sumiendo a la habitación en una penumbra aún más intensa de lo que había habido hasta entonces. Volvió sobre sus pasos y encendió la pequeña lamparita metálica que había sobre la mesa. La bombilla de escasa potencia iluminó un círculo de unos tres metros de diámetro que confirió un aire ominoso a la habitación.
Cuando el hombre encamado sufrió un nuevo ataque de tos —la tos de un fumador de toda la vida—, Rafaela volvió a incorporarlo y lo mantuvo sentado hasta que se le pasó. Esta vez, el hombre no le dio las gracias. Quizá porque se había quedado definitivamente sin fuerzas. Al cabo, lo recostó con cuidado y lo arropó con la sábana hasta el pecho.
—No soy una mala persona —dijo, elevando una protesta a la habitación vacía de oyentes.
Cada vez que llegaba aquel momento exacto abría la boca y las palabras brotaban del fondo de su garganta, estranguladas por la angustia. No siempre decía lo mismo. A veces, la queja variaba. Solo que no sabía si estaba diciendo la verdad o únicamente algo que se empeñaba en creer. Muy probablemente lo segundo, habida cuenta de los resultados.
Regresó a la mesa de madera desnuda y cogió la baraja. Al principio pensaba que, al menos, su castigador había tenido la deferencia de concederle algo con lo que distraerse. Entonces, en cierto momento del ciclo, se le había ocurrido que los naipes eran el pretexto perfecto para todo lo contrario. Dado que allí no existía el tiempo, las partidas de solitario eran su referencia respecto a cómo este transcurría subrepticiamente, igual que un sosegado río subterráneo que discurriera bajo sus pies. A cómo avanzaba en una dirección para, de pronto, trazar un giro brusco y regresar al punto de partida, desde donde volver a empezar.
Mientras barajaba sentía los últimos rayos de luz en la espalda. Ya no calentaban, y apenas lucían. El día tocaba a su fin para dar paso a la oscuridad de la noche. La extraña sensación de no comer nada había quedado atrás en algún punto del camino. No tenía hambre ni sueño, porque allí no existían esas dos cosas. Siempre tenía el estómago satisfecho y el cerebro despierto. Como máquinas autosuficientes.
Cuando terminó de barajar dispuso siete cartas sobre la mesa y comenzó una nueva partida, pese a que aun antes de hacerlo ya sabía que iba a perderla. Y la racha se prolongaría durante cuatro partidas más. Otras siete y tendría que volver a levantarse para incorporar al hombre después de que este sufriera otro ataque de tos. Diecinueve antes de verse obligada a interrumpir el juego para hacerlo de nuevo. Veintiséis antes del que llegaría a continuación. En torno a ciento cuarenta antes de que el sol volviera a despuntar por el horizonte.
Entre tanto, la noche transcurriría silenciosamente a su espalda, salpicada de estrellas y con la luna desplazándose en el mar de brea en que se había convertido el cielo. Acabó la partida que estaba jugando y, con la mente en blanco, recogió las cartas y se puso a barajarlas mientras su mirada yacía perdida en un punto de la pared situado por encima de la cama del hombre al que le había sido encomendado cuidar.
Dispuso otras siete sobre la mesa y dio inicio a una nueva partida.
Había pensado mucho y detenidamente qué era aquel lugar antes de llegar a una conclusión. La detestaba, pero era la explicación más razonable de cuantas había valorado.
Estaba en lo que, en Occidente, se hacía llamar Infierno.
No había fuego ni olor a azufre por ninguna parte. Tampoco llantos desconsolados, gritos de dolor o súplicas, pidiendo misericordia. Nada de eso. Tan solo una habitación de la que no podía salir, con un hombre enfermo en una cama, unos naipes y una ventana que le mostraba el circuito cerrado de luz y oscuridad, de día y noche en que se hallaba atrapada.
Como una aguja de tocadiscos atascada en los primeros segundos de una canción, repitiendo la misma parte una y otra vez.
Repitiéndolos por toda la eternidad.
-FIN-
Gracias por leerlo. Espero que te haya gustado.
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