miércoles, 23 de octubre de 2019

A LOS NIÑOS LES CUENTAN

Queridos anaquelianos, en esta ocasión les presentamos una colección de cuentos de la autora Yessika María Rengifo Castillo, esperamos que sean de su agrado

La  camelias y los robles voladores

Había una vez unas camelias que estaban bailando con los robles. Cuando de la nada, aparecieron unos colibrís a conversar.
-       ¡Bailan hermoso!
-       Como el viento en las madrugadas, dijeron los colibrís. 
Las camelias abrieron sus dulces bocas  y respondieron:
-       No se trata de un baile cualquiera, es nuestra boda con los  robles.
-¡Cómo!- exclamaron asombrados los colibrís-
-¿Se casaron? -
-Pues…sí, nos casamos.  
- Pero, ¿Cómo se casaron y nos invitaron? 
- Discúlpenos, pero todo fue tan repentino. Decidimos en la mañana que queríamos estar eternamente, y los robles nos pusieron los anillos que fabricaron los sauces.  Y nos han casado las mariposas negras,  que danzaban sin cesar en el trigal.
¡Ah!, nos hubiera gustado estar en primera fila.  Siempre nos han gustado los matrimonios, y quizás hubiésemos conseguido novias.  
-       ¡Perdón!-  dijeron nuevamente las camelias. Les prometemos que cuando seamos madres los invitaremos al bautizo. Haremos una gran fiesta, y ustedes cantaran.         
-       En serio, dijeron los colibrís- Eso que dicen es precioso, y seriamos tan felices.  Aceptamos su oferta, y por favor, no lo olviden.

Han pasado dos años, y hoy es el bautizo de los hijos de las  camelias y los robles.  Los colibrís están tan hermosos, visten corbatines de colores, y vestidos marrones.   Los pequeños robles, y las pequeñas camelias, no han dejado de danzar con los colibrís quienes cantan a todo pulmón. Ahora son las camelias  y los robles voladores del viento del norte. 


Lucia la niña quería su arcoíris

Lucia  esta triste, y solitaria, le contaba a su papá que quería su arcoíris. 
-       Te prometo que cuando llegue el invierno lo tendrás- le decía su papá, tratando de calmarla-. 
-       ¡No! – explicaba ella, furiosa- Yo quiero tener el arcoíris hoy mismo. ¡Quiero que mis barcos de papel jueguen con el! 
Su papá no sabía que hacer. No era temporada de invierno, y dónde conseguiría un arcoíris. No encontraba la manera de explicarle a Lucia que el arcoíris no tiene dueños, y que nos visita cuando él quiere en casa.  Podría regalarle una muñeca, unos girasoles o visitar la finca de la abuela, pero el arcoíris era imposible.     Pensaba.

Un día, un ruiseñor lo vio cabizbajo, sentado sobre un árbol.  Llevándose las manos sobre su cabeza, y lloraba.
Curioso, el ruiseñor se acercó.
¿Por qué estás tan triste? – le preguntó, cantándole una bella melodía. 
-       Lucia, mi hija, quiere un arcoíris para ella sola. – contesto el papá acongojado.
-¿Eso lo que desea? – manifestó el ruiseñor. 
- Eso…-murmuro el papá colocando sus manos sobre la cabeza-.
¡Pero no sé cómo llevarle un arcoíris a casa! 
-       ¡ Te voy ayudar! -contesto el ruiseñor. Vamos a traer al arcoíris aquí.-  Compra cartulina, y temperas, y mañana te espero aquí. 
-       El hombre se fue. No sin antes aceptar la ayuda del ruiseñor. 

A la mañana siguiente, el papá estaba en compañía del ruiseñor. 
-¿Trajiste la cartulina y las temperas?- pregunto el ruiseñor- El hombre aún intrigado contesto: - sí, traje todo lo que dijiste pero qué vamos hacer.
-¡El arcoíris! –exclamo el ruiseñor. 
- ¿El arcoíris? -pero nos va quedar lindo, Lucia nos va creer.

-Escucha… le hablo el ruiseñor que  había permanecido en silencio-: - ¡El arcoíris nos va quedar hermoso! -¿lo entiendes?
Extendió la cartulina, y comenzó a pintar todos los colores que forman el arcoíris. El ruiseñor.
-       ¡Ayúdame  por favor! – manifestó el ruiseñor quien estaba lleno de colores.- el padre incrédulo, le ayudo.-  Al anochecer habían terminado, y el arcoíris estaba ahí.  
-       El hombre estaba feliz, y agradecido con el ruiseñor.  Lucia sería la niña más feliz del mundo. 
-       No sé cómo pagarte querido ruiseñor. – dijo el padre- no me debes  nada sólo aprender a creer que es posible todo, y el miedo no deja surgir a los hombres- contesto el ruiseñor.-

El hombre prometió que así lo haría.
Al llegar a casa Lucia estaba dormida, y el padre la despertó.
-       Hija mañana estará tu arcoíris en el jardín de casa, y jugara con tus barcos de papel- le conto el hombre.-
-       ¿El arcoíris? -¿vendrá mañana a casa?  -Padre estoy muy feliz, y no lo voy dejare ir.- ¡muchas gracias! dijo Lucia.-
-       Descansa, y mañana lo veras. Respondió el padre.-

Al despertar Lucia corrió al jardín de casa, y vio ese hermoso arcoíris que estaba ahí.  No podía dejar de saltar, y  agradecer a su padre. Trajo todos sus barcos de papel,  y empezó a jugar ahí, hasta el mediodía. 
El padre la llamo y le dijo: - Lucia el arcoíris ha venido a casa, pero no es  solamente  tuyo.  Otros niños también lo necesitan, y por eso se quedó sólo este pedacito de él contigo.-  La niña quien había estado en silencio había comprendido que no todo podía ser suyo, y que otros niños, también amaban el arcoíris.
Y respondió: - comprendo papá, y soy feliz con este pedacito.  Porque ahora soy una niña que tiene su arcoíris, y gracias a ti.  El hombre sonrió, y le dijo; así es hijita, eres la niña del arcoíris. 


Los saturnos y el cielo

En cierto pueblo muy lejano había unos saturnos que eran amigos del cielo.  Los saturnos acariciaban al cielo en días de primavera, y el cielo les ofrecía estrellas que alumbraban sus anillos.  Un día se reunieron. ¿De qué sirve si sólo estamos nosotros? –dijeron-, si Plutón esta tan lejos, Marte sigue enojado, venus es tan bello, y Júpiter tiene 12 lunas. Y no los vemos. El cielo que estaba contemplando las bellas nubes que se iban a jugar con el invierno respondió: - amigos nuestra amistad lo es todo.-  y ellos vendrán a visitarnos cuando quieran, pero siempre seremos una familia nosotros. No hay porque estar tristes, el sol y la luna no permanecen juntos, y se aman. No han visto.-  
Los saturnos habían comprendido que eran esa familia que nadie podría separar. Y contestaron: - tienes razón querido cielo, y perdónanos-  somos una gran familia, y eso nadie no los podrá quitar. Hemos aprendido hacer más agradecidos, y amarte más. Se abrazaron, y se fueron a jugar con las cometas que hoy venían a visitarlos.   


La muerte de Malena

La vieja Malena, canosa, y ciega, esta acostada en la alfombra de la casa. Aun ve algunas sombras; y reconoce la voz del duende su amo. También para él es cruel la vejez: cumplió setenta años, y ninguno de sus hijos ha venido a verlo. Se dio cuenta que no lo necesitan como años atrás, cuando jugaban en el parque. Trata sin embargo, de ser útil con sus azucenas que lo hacen sonreír en días sombríos. 
Malena también alegra sus días, y lame su rostro quizás recordándole que lo ama como el primer día.  

Pero esta mañana,  no abierto sus agotados ojos, no ladrado, y no ha ido a la habitación del  duende.  Este se despertado un poco exaltado, no es normal que Malena no lo busque sino lo ve. Es hora de ir a buscarla se dice.  Entre silbido, y gritos la llama, pero no responde.
Cuando llego a la sala, Malena estaba acostada en la alfombra, y más fría que un tempano de hielo. Se había ido en la madrugada al cielo perruno, y el duende no paraba de llorar. 

Pero ella, merecía un entierro digno, y en la tarde la ha sepultado en el jardín de casa. No sin antes recordarle; que la amaba con todo su corazón, y que pronto se verían en el cielo.  
Ha pasado un mes desde la muerte de Malena, y ha nacido una rosa  blanca en su sepultura, el duende sabe que es ella cuidándolo. Ha dejado de llorar, y ahora cuida la rosa como si fuese su Malenita. 



La  mariposa más bella 

Hace veinte años conocí a la mariposa más bella. Tenía colores rosa, azules, y verdes, que enamoraban al más simple de los hombres. Se alimentaba de las larvitas más lindas del jardín, y jugaba con los rostros de los niños con sus dulces alas. Esas alas cantaban al viento en  otoño, y su boquita tan chiquita se toma el agua cristalina de las fuentes.  

Una mañana quería irse conmigo a casa, y le conté que no podía ser.  Ella tenía que vivir entre árboles, flores, larvitas, y fuentes de agua, que la harían más bella de lo que era. Mi casa era fría, y no tenía nada de esto para ofrecerle, pero le prometí que vendría a verla todos los miércoles. Me beso la frente, y lo acepto con una bella sonrisa.  

No dejado de ser bella, aunque esta tarde me conto que se iría al cielo estaba muy vieja, y debía descansar. Llore tanto, y ella me consoló, prometió que cada amanecer dejaría sus colores en el firmamento por mí.  Me tranquilice, pero el viejo Octavio hoy parte al cielo y le pedí; que la besara por mí, y que le recuerde que no hay un día que no la ame. Porque siempre será;  mi mariposa más bella del mundo. 

  
Manolo y  la Rana  del pupitre

Aquel día, la maestra Hermelinda nos visitó en el aula de clase para recordarnos el cuidado sobre el medio ambiente.  Nos dijo; que no podíamos botar basura en el suelo, arrancar las hojas de las flores,  los árboles, y jugar con los animales, ellos también sufrían. Me acorde que el día de ayer, me encontré una rana en el jardín de la escuela y le puse Lupita, pero no quería regresarla.  Nos quisimos desde que nos vimos, que no sería justo separarnos. Pero las palabras de la maestra trabajaban en mi cerebro, y no podía tener a Lupita en casa, la pobre sufría aunque no me lo decía. 

En la noche le conté a Lupita todo lo que dijo la maestra, y ella se puso a llorar y me dijo;  es cierto lo que te dijo la maestra. Pero no te quiero abandonar, y podría aguantar todo ese sufrir por ti.  Le dije  que no, mi amor no podía ser egoísta.  Ella regresaría a casa mañana y nos veríamos en los descansos de la escuela, así nuestro amor nunca moriría. Se puso feliz, y  me beso, nos hablamos todos los días. 


La bruja Irene

En  un país muy lejano que habitaban violetas y cisnes, vivía la bruja Irene. No tenía dientes, pero un cabello más largo que Rapunzel en el que jugaban las dulces abejas. Ella tenía un corazón más bueno que un pan, y le prometió a Sara que si obtenía las mejores calificaciones de la escuela,  obedecía a su madre, y  daba de beber a los peces dorados. Le  daría  la pelota más grande del mundo, y podría conocer las capitales de algunos países en esa pelota.  Sara  se esforzó durante todo el año en obtener las mejores calificaciones, obedecer a su madre, y darle de beber a los peces dorados, eso la hacía feliz. Tanto que había olvidado el regalo de la bruja Irene y  pensaba,  que el ser personas diligentes no tiene precio. Eso ayuda a que el mundo sea hermoso. 

Anoche,  la bruja Irene espero que ella durmiera y le dejo la pelota más grande del mundo con las capitales de algunos países. No sin antes dejarle una nota que decía:
“Sara estoy tan orgullosa de todo lo que has hecho, y lo que piensas de la diligencia, que espero nunca dejes de ser la niña que  eres. El mundo es muy cruel, y se necesitan corazones como tú.  Te quiero la bruja Irene.”

A la mañana siguiente Sara encontró la nota con la pelota más grande del mundo con las capitales, y sólo pudo agradecer el ser afortunada por tener un corazón al servicio de todos.  Hoy ha jugado en la escuela con la pelota, y aprendido que la capital de Turquía es Estambul.  

  
El regalo de la Luna

Un niño alemán le dice a la Luna:
-¡Sálvame!, encontré a los perros lobos esta mañana.  Me hicieron un gesto de amenaza. Esta  noche, quisiera que me llevaras a casa por milagro.                                                                                                                  
La bondadosa Luna le regala un caballo, y dinero para que regrese a su hogar. La Luna encuentra a los perros lobos, y les pregunta:
-       Esta mañana, ¿por qué le hicieron un gesto amenazaste al niño? 
-       No era un gesto amenazante, querida Luna – le responden- sino de sorpresa. Pues lo vimos lejos de casa, y deseábamos ayudarlo, pero tú regalo lo llevara seguro a los brazos de su madre, que no ha dejado de llorar desde su partida. 
  
La serpiente feliz
Cuentan los labradores de tierras árabes, que hace muchos años, vivía entre las campesinas la serpiente feliz.  No  dejaba un solo día de ayudar a las mujeres a sembrar, a cuidar a los niños, y traer orquídeas a las mesas.  Pero  una mañana, se enamorado del señor serpiente, y hoy se casara en la muralla China. Las mujeres han sufrido mucho pero son felices, al ver las fotografías  que esta les ha enviado sobre sus primeros hijos, y lo feliz que es, siendo parte de la dinastía China.  Prometieron ir a visitarla el próximo año, si la cosecha de frijoles, trae mucho dinero a casa, y eso hace feliz a la serpiente. 

El búho que pintaba retratos
En las calles de la Florida, cerca de las playas frías, vivía el búho que pintaba paisajes. Solía pintar todos los paisajes que su padre le había enseñado en la niñez, y quizás lo único que le faltaba era pintar las magnolias que traía su madre, la señora búho a casa. En la noche vio las magnolias en el florero, y empezó a pintarlas en su lienzo, quedaron tan bellas, que parecía que se hubiesen pasado del florero al lienzo.  Al ver el cuadro el señor búho sonrió, y no pudo dejar de besar a su hijo, y recordarle que había nacido para pintar.   El búho se alegró, y se ha ido a Paris, deseaba pintar esos paisajes que enamoraron a los señores búho. 
  
La niña del vestido azul

Al principio en las montañas del sur de la ciudad, el abuelo contaba que los ojos de la niña Cristal se habían hinchado como un tomate de tanto llorar.  La pobre no llegó cuando el hada madrina repartió los obsequios a las otros niños de la escuela, y no paraba de repetirse;  por qué no le hice caso a la tía Nina. Si hubiese sido puntual, como lo decía ella, tendría el vestido azul que tanto soñaba.   
Duro dos semanas pidiéndole al hada madrina, que regresara con las rosas amarillas que el sol le regalo, y jamás volvería a llegar tarde. El hada se compadeció ante sus suplicas, y ha llegado esta tarde de invierno con el vestido azul. Tan pronto Cristal la vio su corazón se quería salir,  y sus  labios no paraban de sonreír. Se abalanzo sobre el hada y no paraba de besarla y abrazarla, y prometerle que sería la niña más puntual del mundo.  
El hada se alegró al oír sus palabras, y le dijo: Cristal recuerda, que lo prometemos lo debemos cumplir. Aquí está tu vestido azul, y el domingo diviértete en la fiesta de Antonia. 
Desde ese día  cuenta el abuelo, que cada vez que suenan las campanas del reloj de la Plaza de Bolívar es Cristal, recordándoles las horas a los impuntuales. 

El mundo de los príncipes
Hace muchos años en Uruguay, en los tiempos de los castillos felices, en un lugar llamado Montevideo. Había un castillo en el que vivían unos príncipes de seis y diez años, que tenían los ojos marrones, cabellos negros, trajes celestes. En el castillo los príncipes hablaban con Mariela sobre los dulces que les traería el rey, y los perritos que traería la reina, eso los haría felices.
Mariela se alegraba de oír las dulces palabras de los príncipes, y el cuidado que tendrían con los perritos que llegarían al palacio. Ella les hizo prometer que comerían los dulces con su precaución, el demasiado dulce dañaría sus dientes, y causaría una batalla de dolor en sus estómagos. Los niños al oír esas palabras de Mariela prometieron que comerían uno por día. Además, ella les recordó que los perritos también lloran, y necesitan de nuestro amor y cuidado.  De lo contrario se marcharían  a una selva de azucenas, y pinos, y jamás regresaría. Deberían cuidarlos como si fueran ellos mismos, y los príncipes prometieron que lo harían. 
A pasado una semana, y los príncipes cumplen sus promesas. Han dicho que el mundo de los príncipes es de dulces, animales, y mucho amor.

Sarita y las flores
Por  la mañana, en casa de Sarita había tamales, y chocolate, para desayunar. Sarita salió de su habitación al notar el inconfundible aroma que se esparcía, por toda la casa. Al llegar al comedor, se encontró con sus padres, y sus hermanos menores Nicolás, y Daniel. Quienes estaban haciendo los planes del día. “Voy llevar a Nicolás al museo”, dijo la madre. “Dani y yo, iremos a comprar unos libros”, dijo el padre.
Sarita había permanecido en silencio mientras todos hablaban de sus planes, sin dejar de pensar: “¿Y yo, qué hare?” Sarita era la hermana mayor. Daniel y Nicolás, eran el centro de atención de la familia. La niña no decía nada pero pensaba: “Si no me preguntan nada, es porque no les importo”  Cuando sonó el teléfono, y era Luz su amiga, quien la invitaba a rosear las flores al parque. Sarita acepto, encantada. Cuidaría las flores, eso le fascinaba.
Cuando regreso a casa, vio unos chocolates a su nombre. De pronto, se escuchó la voz de todos: “Felicitaciones, supimos que defendiste las flores de una niña. “Estamos muy orgullosos de ti, y tu amor por la naturaleza.” Sarita se puso feliz, comprendía que era importante para su familia. 
La jirafa feliz
Hace muchos años en la plaza de Bolívar, el abuelo del niño Tulio Vásquez se encontró con la jirafa feliz. Cuenta el señor, que la jirafa lloraba desconsolada porque había dejado la amazonia colombiana.  No volvería a comer  hojas de sauces, ni tomar del agua cristalina del río, y no  jugaría con el sol rojizo de las cuatro de la tarde.
Unos  hombres altos, con los ojos celestes y unas máquinas corrosivas, han devorado todo.  Ayer  cuando la jirafa  se vino a la ciudad, vio como lloraba la tierra porque su hermosa sangre negra salía sin cesar. Y le prometió a la tierra,  que traería soluciones para su mal.
En una reunión larga y tendida, ha firmado un acuerdo con el ministerio del medio ambiente sobre los cuidados de la naturaleza, que la vio nacer.  Por eso, la jirafa está feliz. Nicolás, contó la historia del abuelo de Tulio en casa, y su padre sólo pudo decir; sino cuidamos el  medio ambiente botando la basura en las canecas, no desperdiciando el agua y amando a los animales, la jirafa no volverá a hacer  feliz. Nicolás sonrió, y prometió cuidar la naturaleza, que es la madre de todos. 
  
SOBRE LA AUTORA: Escritora colombiana. Docente, licenciada en Humanidades y Lengua Castellana, especialista en Infancia, Cultura y Desarrollo, y Magister en Infancia y Cultura de la Universidad Distrital Francisco José De Caldas,  Bogotá, Colombia. Desde niña ha sido una apasionada por los procesos de lecto-escritura, ha publicado para las revistas Infancias Imágenes, Plumilla Educativa, Interamericana De Investigación, Educación, Pedagogía, Escribanía, Proyecto Sherezade, Monolito, Perígrafo, Sueños de Papel, Sombra del Aire, Plumilla y Tintero, Chubasco en Primavera, Íkaro, Grifo, La Poesía Alcanza Para Todos, Ibidem, Narratorio, Piedra Papel & Tijeras,  Extrañas Noches, Cadejo, Microscopías, Psicoactiva, Ágora, Con voz  Propia, Un Mar de Letras, Cheshire, Luke, Revolución. Net, Venga Le Cuento, Carcaj, Nudo Giordiano, Contrapunto, El futuro del ayer, hoy, Fundación Cesar Egidio Serrano, Acceso Didasko, Letrambulario, Cultural Siete Artes, Letrantes, Puro Cuento, Temblor Asidero Poético, Kundra, La Galera,  Tu Breve Espacio, Anaquel Literario, Archivos Del Sur, De  Poetas  y Locos,  etc. Ha participado en diferentes concursos nacionales e internacionales, de cuentos y poesías. Autora del poemario: Palabras en la distancia (2015),  y los libros  El silencio y otras historias, y Luciana y algo más que contar, en el librototal.com. Ganadora del  I Concurso  Internacional Literario de Minipoemas Recuerda, 2017 con la obra: No te recuerdo, Amanda.
          
“Mi unicornio azul ayer se me perdió,
 pastando lo deje y desapareció.
Cualquier información bien la voy a pagar.   
Las flores que dejó no me han querido hablar.” Silvio Rodríguez. 






  









No hay comentarios:

Publicar un comentario

Aquí puedes comentar libremente. Aunque permitimos comentarios anónimos, piensa que nos encantaría poner nombre/cara/avatar a cada comentario. La decisión es tuya :)