sábado, 30 de julio de 2022

Aventuras de una mamá lectora, el día en que el mundo se detuvo 29 de julio 2022

 “El valor se encuentra en los lugares más insospechados”

J.R.R. Tolkien

 

Mis queridos Anaquelianos les doy la bienvenida a nuestro rincón literario con una pequeña pregunta: ¿De qué está formada la valentía?

Más antes de entrar en materia “aventurezca” quiero agradecerles por acompañarme durante este nuestro primer año juntos. No encuentro las palabras, por irónico que parezca, para decirles lo feliz que me hace el sentarme a la computadora para platicar con ustedes sobre dos de las cosas que más disfruto en la vida, ser mamá de Valentina y leer. 

Gracias por acompañarnos a Valentina y a mí en nuestras aventuras. Es un privilegio tenerlos en nuestras vidas.

 

Ahora sí, para poder adentrarme en el tema permítanme platicarles sobre el libro que estuve leyendo hace unos días, se llama La Librería de la autora Penélope Fitzgerald. Es una historia acerca de una mujer llamada Florence Green; ella vive en un lugar apartado del mundo, en un pequeño pueblito costero de Suffolk en Inglaterra allá por el 1959. Florence decide abrir una librería, sería la primera del pueblo, por lo que junta todos sus ahorros, compra un edificio que lleva años abandonado y se encuentra comido por la humedad, también permítanme mencionar está habitado por un caprichoso fantasma. Se preguntarán ustedes donde está lo especial en esta historia, espérenme un momento y llegaremos a ello. Cuando nuestra amiga Florence inicia su camino se topa con una serie de obstáculos que pondrán a prueba la determinación de lograr su sueño, desde la resistencia de la costumbre arraigada en las personas del pueblo hasta el saberse capaz de lograr lo que ella se ha propuesto, todo acompañada de una pequeña de diez años llamada Cristine. El desenlace no se los contaré, pero si les platicaré lo que ha desencadenado esta historia.




 

Para ello es preciso que retroceda en el tiempo más o menos dos años. El día que el mundo se detuvo. Una mañana Valentina y yo nos despertamos muy temprano, como lo dicta la costumbre, pasamos un rato jugando con las muñecas en el piso de la sala mientras las caricaturas adormiladas trataban de seguirnos el ritmo. Todo se apagó. Nos miramos por un instante preguntándonos que era lo que había pasado, la respuesta la trajo mi marido quien con una cara despreocupada mencionó que se había ido la luz en toda la colonia. Ya volverá más tarde, fue nuestro comentario. Procedimos a desayunar ajenos a lo que estaba por venir. 

Al llegarse el mediodía la electricidad no había vuelto, y el agua empezaba a escasear, por lo que nos pusimos a llenar todo recipiente que tuviera cara de contenedor, ya que no sabíamos cuánto tiempo duraríamos en estas condiciones. Para Valentina fue divertido ayudarme en esta tarea, fue algo diferente.

Al terminar decidimos salir a dar un paseo, para averiguar qué estaba pasando. Cual sería nuestra sorpresa al darnos cuenta de que toda la ciudad no tenía electricidad ni agua. Vimos como las personas hacían filas en las tiendas comprando botellas con agua y el caos que se estaba formando porque no había el tan primordial servicio de internet. En un abrir y cerrar de ojos empezamos a vivir en la época de la que nuestros abuelos nos contaban en sus anécdotas de infancia. 

 

“Dicen por allí que está usted a punto de abrir una librería. Eso significa que no le importa enfrentarse a cosas inverosímiles”

 

Nuestro paseo nos fue mostrando una realidad muy distinta de la que nos había acompañado justo el día anterior. Nos percatamos de que los teléfonos no tenían servicio, las tiendas gasolineras no estaban abiertas, las personas hacían filas muy largas comprando agua embotellada y velas para cuando cayera la noche; pero sobre todo una pregunta permanecía en el aire: ¿Qué era lo que había pasado? ¿Cuánto tiempo viviríamos esta situación? No teníamos respuestas.

Después de ir a visitar a nuestros familiares y asegurarnos de que no les faltaba nada decidimos volver a casa, teníamos que prepararnos para el anochecer. Pueden ustedes imaginar lo difícil que es vivir sin electricidad acompañada de una inquieta niña de cuatro años.  Aquí es donde la creatividad hace su aparición en primer plano.

 

Optamos por hacer un picnic y comer sándwiches acompañados de palomitas en el patio. Para Valentina era algo muy divertido, para su papá y para mí la situación empezaba a preocuparnos. Voces en mi cabeza susurraban cada vez con más intensidad: ¿Aguantará la comida que está en el refrigerador? ¿Necesitamos más hielos? ¿El agua que almacenamos será suficiente? ¿Qué está pasando?

Después de agotar todos los juegos conocidos y las actividades que se podían realizar nos encontramos con que la noche había llegado. Fue un espectáculo privilegiado estar en una ciudad completamente a oscuras, ya que el cielo se nos abrió por completo mostrándonos orgulloso todas las estrellas que posee en una oscuridad embriagadora. Cenamos a la luz de las velas, jugando con las sombras cuando de pronto Valentina se soltó llorando y entre sollozos me dijo:

—Mamá, ¿y si nunca vuelve la luz?

—No pasa nada mi amor chiquito— contesté tratando de calmarla a ella y a mí— verás que para mañana que despiertes todo estará igual que siempre.

 

Porque, ¿qué otra cosa se puede hacer con las llanuras además de cruzarlas?

 

Mientras la consolaba me di cuenta de lo importante que es para un niño la rutina, las cosas familiares y la sensación de seguridad que esto les brinda. Para nosotros los adultos es fácil atravesar una circunstancia como esta, porque hasta cierto punto entendemos lo que pasa y podemos visualizar una serie de soluciones a los problemas que se puedan afrontar, pero para los ojos de un niño el mundo cambia por completo y no entiende cómo ni cuándo volverá a ser todo como él lo conoce. Aquí es donde entra la valentía. Para caminar sobre territorios desconocidos a pesar del miedo que esto nos provoca.

 

“La fuerza de voluntad es inútil si no se va a ningún lado”

 

A la luz de las velas Valentina y yo leímos cuentos hasta que ella cayó rendida a los brazos de las hadas, su papá y yo seguimos despiertos un rato más, esperanzados que de un momento a otro la electricidad, el agua y el servicio de teléfono e internet hicieran su aparición.




 

En la historia de La librería Florence Green se enfrenta a un dilema: su marido había muerto hace tiempo ya y ella no tiene nada que hacer. Sólo es la viuda del señor Green y su vida se define por ello. Últimamente se había empezado a preguntar si no tendría la obligación de demostrarse a sí misma y posiblemente a los demás, que ella existía por derecho propio. 

Aquí mis queridos Anaquelianos, les repito la pregunta que inició nuestra aventura: ¿De qué está formada la valentía?

 

“La valentía de ella, al fin y al cabo, no era otra que su determinación por sobrevivir”

 

Para Florence Green el poder conocer la valentía que poseía le fue necesario enfrentarse a toda una comunidad arraigada en la fuerza de la costumbre al abrir una librería; en el caso de Valentina tuvo enfrentarse a una situación completamente desconocida para ella, donde todo lo que le era familiar dejo de funcionar de un instante para otro y vivir en una rutina completamente diferente, o como yo le llamaba: haciendo vida como los pioneros. Puede que haya exagerado un poco, pero vivir dos días sin electricidad, agua o teléfono se sintió como si viviéramos en la prehistoria.

 

Me despido de ustedes mis queridos Anaquelianos con las palabras de Florence Green: Un buen libro es la preciosa savia del alma de un maestro, embalsamada y atesorada intencionadamente para una vida más allá de la vida y, como tal, no hay duda de que debe ser un artículo de primera necesidad. Espero que si algún día el mundo decide cambiar de dirección puedan arroparse en las páginas de un libro, así como lo hicimos Valentina y yo el día que el mundo se detuvo.

 

Erika C.

 

viernes, 15 de julio de 2022

Aventuras de una mamá lectora, Valentina en el país de las maravillas

 No quisiera causarte otra cosa que no sea alegría y rodearte de una felicidad calma y continua para recompensarte un poco de todo lo que me das a manos llenas en la generosidad de tu amor.

Víctor Hugo




Queridos Anaquelianos el día de hoy esta mamá lectora está de fiesta y ustedes son los invitados en primera fila. La razón: el cumpleaños de Valentina.


Estos últimos días han sido un torbellino donde la única constante ha sido el cambio.

Hace una semana pude presenciar desde una pequeña silla de escuela a mi niña desfilar por una explanada para recibir de manos de su maestra de preescolar su reconocimiento por haber concluido esta primera etapa en su educación. Su cara de felicidad no se podía comparar con ninguna otra, a pesar de que su experiencia en la escuela no fue la “tradicional” debido a las circunstancias que atravesamos como humanidad; aun así, ella vivió con un entusiasmo cautivador cada una de las aventuras que “la escuela de niña pequeña”  le tenía preparadas. Cuando la vi dirigirse con aplomo al escuchar su nombre, un torrente de imágenes se agolpó de pronto en mis ojos llevándome a recordar todo lo que hemos vivido juntas.

Si hago una cuenta regresiva en esta misma fecha el año pasado estábamos en casa celebrando con pastel de chocolate y globos por todos los sillones, hace tres años vivíamos una aventura irrepetible a más de mil kilómetros de nuestro hogar, cuatro años atrás festejábamos con Elsa y varios copos de nieve nacidos de la brillantina más tenaz que jamás he conocido; ya  que aún hoy en día tienen el atrevimiento de hacer acto de presencia en los lugares más insospechados; pero la imagen más nítida es de hace seis años, mientras arrullaba a una pequeña niña por primera vez, colocándola sobre mi pecho y diciendo su nombre en un susurro, temiendo que todo fuera un sueño y la realidad de pronto hiciera acto de presencia para reclamarme en sus manos de nueva cuenta.


Seis años después, miles de travesuras y desveladas de por medio, me encuentro cada noche arrullando a una cabecita de cabellos rizados y susurrando su nombre, diciéndole lo mucho que la amo y lo maravillosa que ha hecho mi vida desde que llego a mí.





“Vamos a ver, pensemos: ¿era yo la misma Alicia cuando desperté esta mañana? Ahora que lo pienso, me parece que en realidad me he encontrado algo distinta de ayer… Pero, si ya no soy yo, ¿quièn seré?”


Permitanme citar a Heráclito en una de sus más conocidas frases: “ El tiempo es un juego que se juega muy bien por los niños”  y si le preguntan a Valentina, creo que es una experta en este tema.


Para ella, cumplir años es un motivo de celebración enorme, su mirada se llena de gozo cuando habla sobre “el día de mi cumpleaños” y hace planes tan elaborados como cambiantes; un día quiere celebrar rodeada de unicornios y al otro las invitadas al banquete son las sirenas que cantan al atardecer. La lista de regalos es un poco más larga que la novela de Marcel Proust En busca del tiempo pérdido y no estoy exagerando en lo más mínimo. El mes pasado el plan era ir a pasear y ahora todo ha cambiado de nueva cuenta. 


Mamá, cuando sea mi cumpleaños me haces un pastel de fresa por favor — me dice mientras hago la comida del día.

Oye mamá, y si el día de mi cumpleaños vamos a pasear a las montañas — comenta mientras le doy un baño.

Mamá ya se que quiero para mi cumpleaños, ¿te acuerdas de la muñeca que tiene muchas bolsas? ¿me la puedes regalar también? — me dice antes de dormir.


Lo más interesante de todo esto, es que Valentina ya está planeando su  próximo cumpleaños, el número siete… 




“Creo que sí, que has perdido la cabeza, estás completamente loco. Pero te diré un secreto: las mejores personas lo están.”

Y si me dejan compartirles otro secreto mis queridos Anaquelianos, es que Valentina ha celebrado más de seis cumpleaños. En repetidas ocasiones llegan ella y su papá con cara angelical y con la mirada del gato de las caricaturas del ogro verde que a todo mundo le cae bien, solicitando de una manera demasiado amable que les hornee un pastel. El motivo: No hay motivo.

Esta mamá que tiene una debilidad por el chocolate, siempre pone de condición este sabor, así todos salimos ganando. Cuando la tarta se encuentra en la mesa en sus últimos segundos de existencia, Valentina sale corriendo y agarra una silla para alcanzar el gabinete más alto, de puntitas estira su mano hasta donde tengo escondidas muy insecretamente las velas de los cumpleaños anteriores, escoge la que más le agrade en ese momento y regresa corriendo de nueva cuenta. Nosotros ya sabemos lo que procede, por lo que yo tomo un cerillo y empiezo a encender la velita de cumpleaños, al unísono cantamos Las mañanitas para Valentina y luego ella pedirá un deseo. Sólo después de esto es que está permitido comer pastel.

Si hacemos cuentas de las veces que Valentina ha apagado las velitas de cumpleaños, creo que ella pronto llegará a la edad de ochenta años. Aquí se aplica muy bien el dicho que reza: La edad es sólo un número.


“Entonces también es mi no-cumpleaños hoy. 

– ¿De veras? – 

¡Ay, qué pequeño es este mundo!”



Con toda la intención de que para estas fechas estuviera terminado fue que invité a Valentina a leer a Lewis Carroll y su libro Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas. Cada noche antes de dormir leíamos algunas páginas de las aventuras de esta niña tan sabia, curiosa y valiente, yo esperaba emocionada el momento de la fiesta del té y la celebración del “No cumpleaños”, quería ver la cara de felicidad de mi pequeña e ilusionarme con ella. Cuando por fín llegó la lectura, fue interrumpida por una pregunta:


Mamá ¿Todos los días podemos celebrar el no cumpleaños?

Creo que sí— contesté sin pensar en las consecuencias de mis palabras

Bueno, entonces tendrás que hornear un pastel todas las mañanas…



“Cuando leía cuentos de hadas, creía que todas esas cosas eran imposibles, ¡y ahora estoy viviendo una de ellas! 


Mis queridos Anaquelianos me despido de ustedes agradeciendo que me permitan compartir mis aventuras de la mano de mi querida Valentina, les deseo que encuentren un libro que provoque que su realidad se convierta en un cuento de hadas y puedan vivir cada uno de sus anhelos más preciados, yo mientras me preparo para comer otra rebanada de pastel y cantar Feliz Cumpleaños en el día del cumpleaños…


Erika C.











viernes, 1 de julio de 2022

Aventuras de una mamá lectora, una lección de Rosario

 “Cuando se es madre, nunca estás realmente sola en tus pensamientos. Una madre siempre tiene que pensar dos veces, una vez por sí misma y otra vez por sus hijos

 Sophia Loren

 

Queridos Anaquelianos que placer tan grande el coincidir nuevamente en nuestro rinconcito literario. Me siento privilegiada de la amistad que hemos ido forjando a lo largo de estos viernes por medio de nuestro amor hacia los libros y el maravilloso mundo de la literatura.

Como ustedes saben, uno de mis deseos más grandes siempre fue ser madre, desde que tengo uso de razón siempre me soñé con un bebe en brazos mientras lo arrullaba a la luz de la luna. La imagen en sí era muy romántica, muy alejada de la realidad cabe mencionar, ya que para poder personificar semejante cuadro he tenido que pasar por una serie de pruebas que hasta el más complicado triatlón se antoja como un paseo en una tarde de verano.

Pero, en realidad, ¿qué es ser madre? 

Esta pregunta es capciosa por si misma, y difícil de dar una respuesta concreta. Para algunas mujeres maternar significa concebir en el vientre a un pequeñito o pequeñita -según sea el resultado de la lotería genética-  fruto del amor hacia alguien más, otras prefieren métodos más modernos y eligen el camino de la maternidad en solitario de la mano con la ciencia, algunas más deciden que la figura materna la representaran en la vida de sus sobrinos siendo la que los cuida, consciente y apapacha. Para otras, el llevar un ser en el vientre durante nueve meses no es necesario y dedican su existir a dar vida a pasiones, metas y proyectos que las llevan por caminos llenos de aventuras y aprendizajes. En fin, cada mujer encuentra su camino a la maternidad mientras pasea por la vida.

Y existen muchas definiciones más, así como combinaciones de colores en una tarde de lluvia soleada. Aun así, ¿Cuál es la definición de la maternidad?

Aquí me permito hacer un brevísimo resumen de una de mis pasiones, la mitología. Podría pasar horas estudiando a estos seres tan irreales pero a la vez tan perfectamente humanos y nunca cansarme de sus historias. Prosiguiendo, por ejemplo, los griegos tienen a Gea, quien fuera esposa de Cronos y la madre del gran Zeus – la mitología griega sería tremendamente corta si este dios mantuviera sus pantalones en su sitio, pero eso es asunto de otra aventura- esta diosa tuvo que luchar por mantener con vida a su descendencia ante el que fuera su pareja y hacer que éste se tragara una piedra en lugar de su último hijo; de quien sabemos se convertirá en un díscolo espécimen masculino;  para que cuando llegue el momento adecuado su más pequeño vástago enfrente a su padre y poder traer de nuevo a la vida a todos sus hijos dando así, paso a un sinfín de historias, como las de Homero.




Después nos podemos ir a pasear a los Andes y conocer a la deidad llamada Pachamama, quien es la gran Madre Tierra, benévola, siempre compartiendo sus frutos con los hombres, también convirtiéndose en su refugio para la vida en el otro mundo. Siguiendo nuestro hilo por la historia, vamos a hacer una parada con los aztecas y la Gran Madre Coatlicue,quien diera vida a todos los dioses siendo muy bondadosa pero a la vez insaciable devorando todo a su paso. De aquí iremos al antiguo Egipto para conocer a Isis, La gran diosa madre, una protectora guerrera que tuvo que luchar con Seth para recuperar el cuerpo de su amado Osiris y criar a su sobrino Horus, de quien sabemos se convertirá en el dios de el alto y bajo Egipto. Regresando a México podemos conocer a Ixchel, la diosa maya de la fecundidad representada por la luna y para concluir nuestro viaje iremos hasta Babilonia, para presentarnos frente a Tiamat diosa del caos y la creación; de sus lágrimas nacieron los ríos Tigris y Éufrates, que como bien nos enseñaron en la escuela permitieron que florecieran las civilizaciones de la Antigua Mesopotamía.

 

Se han de preguntar el por qué los he llevado de paseo por la historia. Hay un común denominador en todas estas representaciones de la maternidad. Todas son mujeres fuertes que tienen que enfrentarse a circunstancias extremadamente difíciles para salvaguardar el bienestar de sus hijos, han de ser bellísimas, benévolas pero también poseen el don de la destrucción -  la imagen de una madre con una chancla en la mano se me viene a la mente mientras escribo estas líneas, no me culpen queridos Anaquelianos- en su destino se incluye también innumerables alegrías y muchísimas lágrimas que como mencioné antes pueden dar la existencia a ríos y mares. 

 

“Yo anduve extraviada en aulas, en calles, en oficinas, en cafés; desperdiciada en destrezas que ahora he de olvidar para adquirir otras”

Para mí no fue difícil el decidir ser madre, como ya les he contado antes, creo que desde que mis padres pusieron una muñeca en mis brazos y me dijeron que jugara a que era mi bebe, supe que ese era mi destino. Empero esto no quiere decir que haya sido fácil convertirme en lo que ahora soy. Asímismo hago una mención aquí, el ser mamá de mi querida Valentina ha sido el mayor regalo que he podido recibir de los cielos, pero la transformación en este papel de vida me ha costado deshacerme de varias plumas y algunas de ellas han dejado espacios que nunca serán llenados de nueva cuenta. 

 

“Porque perdí mi antiguo nombre y aún no me acostumbro al nuevo, que tampoco es mío”

 

Y, es que transcurrir de ser mujer para ser mujer-madre es una metamorfosis que nadie te enseña a sobrellevarla, a pesar de que varias compañeras ya han pasado por ello. De pronto, te encuentras dentro de un cuerpo que crece y crece hasta llegar a pensar que un día será tan grande como el universo, y mientras agradeces las patadas en tu vientre que te recuerdan que debes de cambiar de posición al dormir, padeces dolor físico constante y las continuas molestias son meramente el camino a un purgatorio adelantado. Ni mencionar el sacar a la luz una queja, porque los comentarios de todos los que te escuchan son “Debes de estar agradecida de poder ser madre” “cuantas no darían lo que fuera por estar en tu lugar”  tal cual puedo recitar más oraciones como estas. ¿Por qué el mostrar nuestras debilidades puede llegar a convertirse en un acto de cobardía? 

 

“Es verdad que en el contacto o colisión con él he sufrido una metamorfosis profunda; no sabía y sé, no sentía y siento, no era y soy”

 

Cuando ya hemos sobrevivido esta fase inicial de la maternidad viene una nueva etapa, donde eres presa voluntaria de ese pequeño ser angelical que con una risa te hace sentir que todo ha valido la pena, pero con un egoísmo tan gigante cuando tu presencia es lo único que reclama, aún en las horas donde la luna ilumina nuestros sueños.  Aquí es donde entra la segunda fase de la metamorfosis, el aprender a soltar. Primero soltamos nuestro tiempo, dedicándolo enteramente al cuidado de nuestro montoncito de felicidad, dejando para después nuestras necesidades personales, porque ¡ay! de aquella madre que se dedique a un pasatiempo en vez de cuidar a sus hijos; se le tacha de egoísta, falta de sentido materno y muchísimas injustas etiquetas más.

 

“Se me atribuyen las responsabilidades y las tareas de una criada para todo. He de mantener la casa impecable, la ropa lista, el ritmo de la alimentación infalible. Pero no se me paga ningún sueldo, no se me concede un día libre a la semana, no puedo cambiar de amo…”

 

La vida se puede ir así, en un abrir y cerrar de ojos. Un día cualquiera hemos de despertar para darnos cuenta que los hijos han crecido,  se encuentran realizando sus metas y alcanzando sus sueños, pero y la mamá, ¿a que se dedicará ahora?Algunos dirán que este es el momento de buscar los deseos que quedaron en estado de suspensión temporal, sin embargo, ¿a cuántas mujeres conocen que han vuelto a la vida laboral después de un periodo largo de trabajo a cargo de una familia? Vivimos en una sociedad en la que se nos pide ser madres como si no se tuviera la necesidad de trabajar y se exige que se trabaje como si no se desempeñara el rol de ser madre. Uno fundamental en nuestra sociedad.

 

¿De dónde viene todo esto? Se preguntaran. La culpable, Rosario Castellanos y su cuento Lección de cocina. He estado leyendo algunas de sus obras, más cuando me topé con esta no pude sino sentirme identificada en sus letras. Es muy fácil juzgarnos por nuestras acciones y sus consecuencias a través de los ojos de los demás, pero en realidad, lo que de verdad importa, es lo que nuestro corazón nos susurra cuando depositamos la cabeza en la almohada.

Para mí, el convertirme en madre ha sido un privilegio que me ha permitido conocerme bajo nuevas perspectivas, me ha enseñado a valorarme en base a mis esfuerzos y no mis resultados, me mostró como olvidarme de mí misma para ponerme a mí en primer lugar, suena contradictorio, lo sé, pero sólo así he podido ser una mejor madre para mi amada Valentina. Aprendo a cada paso que doy, me equivoco en cada momento, pero por el amor que le tengo a mi pequeña de cabellos rizados es que me levanto y busco nuevas maneras de vivir; porque el libro de mi maternidad lo voy escribiendo a cada momento especial que vivimos, en cada juego con las muñecas, en las luchas interminables por mandarla a dormir, y en los abrazos que llenan mis mañanas mientras disfruto de unos momentos de quietud somnolienta.




 

“ … Ha sufrido una metamorfosis. Y el hecho de que cese de ser perceptible para los sentidos no significa que se haya concluido el ciclo sino que ha dado el salto cualitativo… 

Yo seré, de hoy en adelante, lo que elija en este momento… Yo impondré, desde el principio, y con un poco de impertinencia las reglas del juego…”

 

Mis queridos Anaquelianos, me despido de ustedes deseando que encuentren un cuento que los haga mirarse bajo una nueva perspectiva, llena de amor y compasión, que les permita retomar su camino por esta vida con nuevos bríos y esperanzas al borde de sus dedos, yo mientras tanto trataré de sobrevivir a la incursión de Valentina en la cocina.

 

Erika C.