“El valor se encuentra en los lugares más insospechados”
J.R.R. Tolkien
Mis queridos Anaquelianos les doy la bienvenida a nuestro rincón literario con una pequeña pregunta: ¿De qué está formada la valentía?
Más antes de entrar en materia “aventurezca” quiero agradecerles por acompañarme durante este nuestro primer año juntos. No encuentro las palabras, por irónico que parezca, para decirles lo feliz que me hace el sentarme a la computadora para platicar con ustedes sobre dos de las cosas que más disfruto en la vida, ser mamá de Valentina y leer.
Gracias por acompañarnos a Valentina y a mí en nuestras aventuras. Es un privilegio tenerlos en nuestras vidas.
Ahora sí, para poder adentrarme en el tema permítanme platicarles sobre el libro que estuve leyendo hace unos días, se llama La Librería de la autora Penélope Fitzgerald. Es una historia acerca de una mujer llamada Florence Green; ella vive en un lugar apartado del mundo, en un pequeño pueblito costero de Suffolk en Inglaterra allá por el 1959. Florence decide abrir una librería, sería la primera del pueblo, por lo que junta todos sus ahorros, compra un edificio que lleva años abandonado y se encuentra comido por la humedad, también permítanme mencionar está habitado por un caprichoso fantasma. Se preguntarán ustedes donde está lo especial en esta historia, espérenme un momento y llegaremos a ello. Cuando nuestra amiga Florence inicia su camino se topa con una serie de obstáculos que pondrán a prueba la determinación de lograr su sueño, desde la resistencia de la costumbre arraigada en las personas del pueblo hasta el saberse capaz de lograr lo que ella se ha propuesto, todo acompañada de una pequeña de diez años llamada Cristine. El desenlace no se los contaré, pero si les platicaré lo que ha desencadenado esta historia.
Para ello es preciso que retroceda en el tiempo más o menos dos años. El día que el mundo se detuvo. Una mañana Valentina y yo nos despertamos muy temprano, como lo dicta la costumbre, pasamos un rato jugando con las muñecas en el piso de la sala mientras las caricaturas adormiladas trataban de seguirnos el ritmo. Todo se apagó. Nos miramos por un instante preguntándonos que era lo que había pasado, la respuesta la trajo mi marido quien con una cara despreocupada mencionó que se había ido la luz en toda la colonia. Ya volverá más tarde, fue nuestro comentario. Procedimos a desayunar ajenos a lo que estaba por venir.
Al llegarse el mediodía la electricidad no había vuelto, y el agua empezaba a escasear, por lo que nos pusimos a llenar todo recipiente que tuviera cara de contenedor, ya que no sabíamos cuánto tiempo duraríamos en estas condiciones. Para Valentina fue divertido ayudarme en esta tarea, fue algo diferente.
Al terminar decidimos salir a dar un paseo, para averiguar qué estaba pasando. Cual sería nuestra sorpresa al darnos cuenta de que toda la ciudad no tenía electricidad ni agua. Vimos como las personas hacían filas en las tiendas comprando botellas con agua y el caos que se estaba formando porque no había el tan primordial servicio de internet. En un abrir y cerrar de ojos empezamos a vivir en la época de la que nuestros abuelos nos contaban en sus anécdotas de infancia.
“Dicen por allí que está usted a punto de abrir una librería. Eso significa que no le importa enfrentarse a cosas inverosímiles”
Nuestro paseo nos fue mostrando una realidad muy distinta de la que nos había acompañado justo el día anterior. Nos percatamos de que los teléfonos no tenían servicio, las tiendas gasolineras no estaban abiertas, las personas hacían filas muy largas comprando agua embotellada y velas para cuando cayera la noche; pero sobre todo una pregunta permanecía en el aire: ¿Qué era lo que había pasado? ¿Cuánto tiempo viviríamos esta situación? No teníamos respuestas.
Después de ir a visitar a nuestros familiares y asegurarnos de que no les faltaba nada decidimos volver a casa, teníamos que prepararnos para el anochecer. Pueden ustedes imaginar lo difícil que es vivir sin electricidad acompañada de una inquieta niña de cuatro años. Aquí es donde la creatividad hace su aparición en primer plano.
Optamos por hacer un picnic y comer sándwiches acompañados de palomitas en el patio. Para Valentina era algo muy divertido, para su papá y para mí la situación empezaba a preocuparnos. Voces en mi cabeza susurraban cada vez con más intensidad: ¿Aguantará la comida que está en el refrigerador? ¿Necesitamos más hielos? ¿El agua que almacenamos será suficiente? ¿Qué está pasando?
Después de agotar todos los juegos conocidos y las actividades que se podían realizar nos encontramos con que la noche había llegado. Fue un espectáculo privilegiado estar en una ciudad completamente a oscuras, ya que el cielo se nos abrió por completo mostrándonos orgulloso todas las estrellas que posee en una oscuridad embriagadora. Cenamos a la luz de las velas, jugando con las sombras cuando de pronto Valentina se soltó llorando y entre sollozos me dijo:
—Mamá, ¿y si nunca vuelve la luz?
—No pasa nada mi amor chiquito— contesté tratando de calmarla a ella y a mí— verás que para mañana que despiertes todo estará igual que siempre.
Porque, ¿qué otra cosa se puede hacer con las llanuras además de cruzarlas?
Mientras la consolaba me di cuenta de lo importante que es para un niño la rutina, las cosas familiares y la sensación de seguridad que esto les brinda. Para nosotros los adultos es fácil atravesar una circunstancia como esta, porque hasta cierto punto entendemos lo que pasa y podemos visualizar una serie de soluciones a los problemas que se puedan afrontar, pero para los ojos de un niño el mundo cambia por completo y no entiende cómo ni cuándo volverá a ser todo como él lo conoce. Aquí es donde entra la valentía. Para caminar sobre territorios desconocidos a pesar del miedo que esto nos provoca.
“La fuerza de voluntad es inútil si no se va a ningún lado”
A la luz de las velas Valentina y yo leímos cuentos hasta que ella cayó rendida a los brazos de las hadas, su papá y yo seguimos despiertos un rato más, esperanzados que de un momento a otro la electricidad, el agua y el servicio de teléfono e internet hicieran su aparición.
En la historia de La librería Florence Green se enfrenta a un dilema: su marido había muerto hace tiempo ya y ella no tiene nada que hacer. Sólo es la viuda del señor Green y su vida se define por ello. Últimamente se había empezado a preguntar si no tendría la obligación de demostrarse a sí misma y posiblemente a los demás, que ella existía por derecho propio.
Aquí mis queridos Anaquelianos, les repito la pregunta que inició nuestra aventura: ¿De qué está formada la valentía?
“La valentía de ella, al fin y al cabo, no era otra que su determinación por sobrevivir”
Para Florence Green el poder conocer la valentía que poseía le fue necesario enfrentarse a toda una comunidad arraigada en la fuerza de la costumbre al abrir una librería; en el caso de Valentina tuvo enfrentarse a una situación completamente desconocida para ella, donde todo lo que le era familiar dejo de funcionar de un instante para otro y vivir en una rutina completamente diferente, o como yo le llamaba: haciendo vida como los pioneros. Puede que haya exagerado un poco, pero vivir dos días sin electricidad, agua o teléfono se sintió como si viviéramos en la prehistoria.
Me despido de ustedes mis queridos Anaquelianos con las palabras de Florence Green: Un buen libro es la preciosa savia del alma de un maestro, embalsamada y atesorada intencionadamente para una vida más allá de la vida y, como tal, no hay duda de que debe ser un artículo de primera necesidad. Espero que si algún día el mundo decide cambiar de dirección puedan arroparse en las páginas de un libro, así como lo hicimos Valentina y yo el día que el mundo se detuvo.
Erika C.
¡La mejor columna del mundo! Muchas gracias, Erika Castillo por abrirnos un mundo literario lleno de amor, empatía y reflexiones aunadas a un contexto específico. Eso es revolucionario y te admiro muchísimo <3
ResponderEliminarEspero la siguiente entrada <3