Hola, mi nombre es Erika Castillo, y tengo la fortuna de estar en Anaquel Literario compartiendo mis aventuras como mamá lectora de una bella e inquieta niña llamada Valentina.
Desde que tengo memoria un libro ha estado en mi mano, ha sido mi refugio en tiempos difíciles y mi compañero a lo largo de muchas experiencias de vida. El aroma de un libro me ha embriagado en más de una ocasión y confieso que a veces sólo los he abierto para poder oler sus páginas y dejarme envolver por un instante de su perfume.
Mi pequeña Valentina siempre ha tenido curiosidad por ellos y en más de una ocasión he tenido que salir corriendo para salvarlos de una mutilación salvaje o de inscripciones no deseadas en sus páginas. Conforme ella ha ido creciendo he querido sembrar en su corazón el amor por la lectura, con apenas cinco años cumplidos sólo quiere libros con dibujos llamativos y no de letras aburridas, según se expresa cuando me ve con uno en la mano.
Así que estoy buscando diferentes métodos para adentrarla en este mundo lleno de magia a través de las letras impresas. Pero como toda buena niña súper activa siempre está brincando y corriendo, poniendo a prueba mi imaginación para atraer su atención.
Así fue como di con el libro de Oscar Wilde “EL FANTASMA DE CANTERVILLE Y OTROS CUENTOS”, en mi inocencia me imaginé sentada en la cama, acurrucada con mi pequeña en brazos, con sus rizos en mi pecho leyendo el libro y teniendo el mejor momento de nuestras vidas. ¿Qué fue lo que en verdad ocurrió? Si estuve sentada en la cama, pero no hubo rizos en mi pecho, más bien una pierna en mi cara, después sentí un golpe seco en el abdomen y al último un brinco por la cama me hizo desistir. Esta bien pensé, mañana encontrare otra oportunidad. Y en efecto así fue, Valentina estaba jugando con su muñeca favorita en turno cuando decidí incluirme en la acción siendo la otra princesa, y muy sutilmente le pregunté que, si leíamos un pequeño cuento, a lo que ella respondió que si muy animadamente. La muñeca que me tocó representar hizo los ademanes de tomar el libro y empezó a leer “EL GIGANTE EGOISTA”, a lo que pensé que sería una buena lección por aprender; a medio camino me detiene una pregunta:
--Mamá, ¿entonces tu eres egoísta cuando te encierras en la recamara a comer chocolate?
Las palabras se me atoraron en la garganta y no supe que contestar, me habían descubierto. No es que no quiera compartir con ella un chocolate, es más bien que lo necesito para igualar mi nivel de energía al suyo, y si le doy un trozo de chocolate por la tarde es como invocar al demonio de Tasmania por toda la casa. Lo cual no es una buena idea, como han de imaginar.
Así que muy consciente de mi respuesta dije;
--No es que mamá no quiera compartir contigo el trozo de chocolate es que a veces sólo necesita tiempo en silencio para descansar y poder jugar mejor contigo.
Valentina me miró muy fijamente con sus ojos negros y muy seria me contestó:
--Creo que me estás mintiendo, tus orejas se están poniendo verdes.
Y por primera vez todas las artimañas que uso para convencerla se pusieron en contra mía.
¿Tendrá Oscar Wilde un cuento donde explicar a los niños que en ocasiones las mamás necesitan de un trozo de chocolate para poder terminar el día? Y ¿que el no compartir es más bien una táctica de supervivencia en vez de un acto egoísta?
Si conocen de alguno les agradecería que me lo hicieran saber, esta mamá necesita de ayuda para sobrevivir a su vivo retrato en versión miniatura.
Gracias por acompañarme en esta etapa que comenzamos juntos en Anaquel Literario, espero sea de su agrado leer mis aventuras con Valentina y pasen momentos tan agradables como los he vivido yo. Un abrazo grande desde el rincón de mi recamara donde tengo mi chocolate bien guardado.
Erika C.
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