viernes, 3 de septiembre de 2021

Las aventuras de una mamá lectora, negociando la sombra del viento

 




La situación era complicada, el miedo ahogaba los suspiros de los agentes del escuadrón de crisis, su frente estaba cubierta de sudor frío, cualquier decisión que se tomara en este momento marcaría el rumbo, podría ser un éxito o esperar lo peor. El comandante se pone de pie, su semblante está preocupado, con voz ronca dice:

—Agente, necesitamos una mano experta para manejar ésta situación, ya sabe que hacer…

El agente toma el teléfono, su mano tiembla, presiona un número, se escucha la línea…

—Mamá de Valentina, la necesitamos para que nos ayude a negociar una situación de crisis…

 

 

Queridos Anaquelianos, gracias por compartir una vez más su tiempo conmigo a través de estas letras que narran mis aventuras en esto que se llama vida. Lo que acaban de leer es lo que me gusta pensar que está sucediendo; recordando a mi buen amigo Gabriel García Márquez: 

“La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y como la recuerda para contarla”.

 En realidad, las cosas estaban así:

Valentina estaba sentada con su tazón de color rosa con dibujos de princesas en la mano; éste es el exclusivo para comer helado, no el de estrellas ni el de la ratoncita con moños de lunares, las mamás que me leen saben a lo que me refiero y la crisis que se avecina cuando no está disponible dicho artilugio de cocina. Con su mirada fija y sin titubear me dice:

Mamá me das más helado, por favor.

No creo que tengas espacio en tu barriga después de todo lo que acabas de comer, ¿qué te parece si lo dejamos para más tarde?

—¿Qué no sabes mamá que el helado al entrar en mi barriga se derretirá y entrara por todos los espacios vacíos que la comida dejó? Por lo tanto, no te preocupes creo que si puedo comer más helado.

¿Cómo puedes rebatir a esa lógica innegable?

 

Así los días en mi haber, ninguna materia en la escuela me pudo haber preparado para las tácticas de negociación que tengo que desarrollar cada día, para no caer presa de mi pequeña terrorista de cabellos rizados que alegra mi existir. 





 

Estos días caí presa del libro: La sombra del viento de Carlos Ruiz Zafón. He estado viviendo en el Cementerio de los Libros Olvidados, buscando al escurridizo Julián Carax. Aunque tengo que ser sincera con ustedes, no tengo el libro sino el archivo PDF que mi papá me envió por correo hace varios días. En una plática con él por teléfono me dijo de un libro muy interesante que estaba leyendo y me preguntó si quería leerlo yo también. Acto seguido la alarma de correos sonó en mi teléfono. Mi papá es todo un cibernauta. Dos días después que me lo envió me llama para saber como voy con el libro, a lo que le contesto que no he tenido mucha oportunidad de leerlo, la vida no me había dado muchos espacios para perderme en un mundo nuevo desde el sillón de mi casa. Él me comenta que ya va en la página sesenta y que está muy metido en la historia. Por lo que me entra la curiosidad y decido echarle un vistazo mientras mi querida pequeña está jugando a brincar como conejo por toda la casa. Confieso que no estaba muy animada a “leer un libro” desde el teléfono; llámenme anticuada, pero nada se compara a la sensación de poder tocar las páginas, además un libro es más fácil de leer porque no se le acaba la batería y no molesta con su luz al marido cuando duerme. Bueno pues aquí me tienen imaginándome a la maliciosa Clara (no diré más para quien no ha leído el libro aún) diciéndole a Daniel:

Éste es un mundo de sombras y la magia es un bien escaso” Nunca sentí tan verdaderas esas palabras hasta el día de hoy que observo a Valentina brincando y riendo sólo porque la pelota ha botado y tirado todas las muñecas de su castillo. La magia habita entre nosotros, sólo que a veces se nos pierde entre obligaciones y preocupaciones del día a día.

 






Mamá ya deja ese teléfono, no debes estar mirándolo tanto tiempo. Debes hacer cosas más productivas— me dice Valentina imitando perfectamente mi tono de voz.

Esto no cuenta como tiempo de jugar con el teléfono, estoy leyendo un libro— digo en mi defensa

No mamá el teléfono no debe de usarse todo el día, es sólo para cosas importantes— me replica poniendo la mano en su cintura exactamente como yo lo haría.

 

En voz de Daniel Sempere: “Una de las trampas de la infancia es que no hace falta comprender algo para sentirlo” y no puedo más que darle la razón.

 

Así que ahora estoy jugando con mi princesa al salón de belleza, pero en mi cabeza el Cementerio de los Libros Perdidos no deja de llamarme…

 

¿Alguien de ustedes conoce alguna táctica de negociación que me ayude con mi pequeña inspectora de tiempos de uso de teléfono, para que yo pueda terminar de leer el libro?

 

Les deseo un día lleno de letras mágicas y de tazones llenos de helado.

 

Erika C.

 

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