viernes, 12 de noviembre de 2021

Vivencias en la tierra de Oz, Aventuras de una mamá lectora

 



Mis queridos Anaquelianos, estoy infinitamente agradecida por tenerlos de nueva cuenta aquí en nuestro rinconcito literario.

 

Como recordaran en nuestra última cita les platiqué de mis vivencias al lado de la malvada Bruja del Oeste, pero no puedo contarles sólo una parte de la historia, ¿verdad? Y mucho me temo que esta parte no es tan alegre como me gustaría que fuese; pero a veces las heridas que tenemos en el alma son las que nos forman en lo que estamos destinados a ser, bien lo han sabido los japoneses a lo largo de centenares de años con su técnica Kintsugi, reparando con oro las heridas para hacerlas hermosas y dejar testimonio de lo que nos han enseñado, dándonos una nueva vida después del dolor.

 

Como ustedes saben ya, para mi el ser madre fue una bendición. Lo que no les he compartido es que mi inquieta Valentina es mi bebe arcoíris. Ella es la promesa cumplida después de eternos días sin sol llenos de dolor.

 

Hace ya nueve años que estuve embarazada por primera vez; empecé por sentirme muy extraña, mi cuerpo se sentía “ajeno”, cualquier aroma por leve que fuera me llegaba, ni el mejor perro cazador podía competir conmigo en aquellos entonces, todo lo podía detectar con tan solo entrar en una habitación; la señal que prendió todas las alarmas de mi cerebro fue cuando quise comer un delicioso emparedado de esa crema de avellanas y chocolate que había sido mi predilecta desde siempre y para mi mala suerte una mañana cuando me disponía a darle un gran mordisco porque estaba que me moría de hambre, sólo sentí ganas de devolver lo poco que traía en mi estómago.


Recuerdo que pedí permiso para salir de la oficina y me fui desesperada a casa, de camino hice una parada en la farmacia y agarré la primera prueba de embarazo que estaba a la mano. No sabía que pensar; la verdad, me parecía irreal estar comprando este tipo de cosas. La muchacha que me atendía podía notar mi nerviosismo ya que cuando me dio el cambio me dijo que me deseaba la mejor de las suertes.


Llegué rápidamente e hice el procedimiento clásico en este tipo de situaciones, cual fue mi sorpresa al descubrir el resultado positivo. Inmediatamente le llamé a mi esposo y le solté tal cual lo que estaba pasando sin dejarlo siquiera reaccionar. Fue un momento difícil de explicar, dado mi situación de salud y todo el peregrinar que había vivido ya anteriormente.


Le marqué a mi médico para decirle lo que “me estaba pasando” y él muy amablemente me hizo un espacio al día siguiente para revisarme. Las horas se me hicieron eternas, pero finalmente pude ver un pequeño frijolito dando vueltas y escuchar un latido tan fuerte que arrancó lágrimas de mis ojos con mucha facilidad.

Era oficial, estaba embarazada. 


Los días pasaron y mi barriga comenzó a crecer, no podía comer casi nada porque las nauseas eran muy fuertes, pero lo que más me podía era que mi emparedado de crema de avellanas con chocolate me era totalmente repulsivo. “Cuando nazcas bebe, comeré todos los emparedados que no me has dejado comer en estos días” fue lo que le dije mientras acariciaba mi insipiente, pero notable barriga.


Los días dieron paso a las semanas que yo contaba emocionada, haciendo planes y buscando nombres que estuvieran llenos de significado. 


De un día para otro mis nauseas matutinas dejaron de aparecer, pensé que era parte del proceso, no le di importancia. El cansancio se hizo cada vez menos notorio y me sentía más “ligera”. Había una voz que me susurraba que algo había cambiado. “No pasa nada” era el comentario nervioso de mi marido tratando de calmarme. Pero cuando se escucha esa voz es difícil ignorarla. Nuevamente me encontré llamándole a mi médico para que me hiciera un espacio antes de la cita programada, pero esto sólo fue posible hasta dos días más adelante.


Esos días fueron vivir en el infierno de la duda. Yo presentía lo que estaba pasando, pero no quería creerlo.

Un ultrasonido más tarde se reveló mi temor, el corazón de mi bebe había dejado de latir. Ya no había más crecimiento de mi frijolito. Ya no sería mamá.




La noticia me hizo pedazos. Había perdido a mi primer hijo.

Los días que siguieron fueron los más difíciles en mi existencia, no hay palabras para describirlos, no me atrevo siquiera a intentarlo.


Cuando todo hubo pasado, me dieron un permiso para faltar a mi trabajo debido a unas complicaciones de salud, estando yo en casa lo primero que pude pensar en los ratos de soledad cuando mi esposo se iba a trabajar, era en leer algo que me llevara lejos de la realidad.


El primer libro que tomé fue El Mago de Oz de Frank Lyman Baum. Era una lectura fácil que me ayudaría a pasar el rato.

Empecé a seguir el camino amarillo al lado de el espantapájaros, el hombre de hojalata, el león cobarde y la bella Dorothy al lado de su fiel Toto.


Las palabras de El Mago de Oz al hombre de hojalata resonaban en mi mente:

 

“Creo que cometes un error al querer un corazón. Eso hace desgraciadas a la mayoría de las personas”.

 

Por momentos quería yo también seguir el camino amarillo para llegar con el Mago de Oz y pedirle lo que Dorothy y sus amigos le pedían: Un corazón nuevo, ya que el que tenía se me había partido en pedazos, la valentía necesaria para afrontar todo lo que estaba viviendo y los sesos suficientes para poder entender por todo lo que estaba pasando, pero sobre todo quería irme a un lugar donde pudiera sentir que era mi hogar, ya que todo me parecía gris y sombrío así como la niña de los ojos grandes describía su amado Kansas:

 

“… Por muy grises y sombríos que sean nuestros hogares, nosotros, la gente de carne y hueso, viviríamos allí antes que en ningún otro país...”

Pero yo si quería huir de donde estaba…

 

El tiempo pasó y todo volvió a su ritmo. Mi regreso a la oficina me ayudó a sobrellevar mi dolor; hubo personas tan amorosas conmigo que en un abrazo me ayudaban a pegar los pedazos de mi corazón que aún estaban sueltos, así como hubo personas tan insensibles que llegaron a comentarme que no pasaba nada, “al fin y al cabo estaba muy pequeño y no sentía nada...” Pero yo si sentí, yo fui madre por espacio de esas semanas, lo sentí moverse, me dio un nuevo sentido de existencia. Había sido madre, más no pude ser mamá.

 

“La experiencia es la única fuente de conocimientos, y cuanto más tiempo permanezcas sobre la tierra, tan más experiencia tendrás, sin duda, dijo el Mago de Oz…”




 

Y es verdad, no todas las experiencias que vivimos son hermosas, unas nos desgarran para que podamos volver a recomponernos más fuertes, más sabios, el dolor se vuelve un hermoso pegamento dorado cuando dejamos que nos transforme y nos permita ver el mundo con nuevos ojos.

 

Anaquelianos espero que puedan arroparse en las maravillosas letras de un libro cada vez que el mundo los quiera hacer pedazos, y que las palabras que en él puedan leer los vuelva a unir dejándoles más fuertes que al principio. Yo vuelvo a mis deberes ya que mi Valentina ha descubierto que con una silla puede alcanzar perfectamente el frasco de la crema de avellanas con chocolate que tan recelosamente tengo guardado, creo que ha recibido un poquito de “ayuda” de parte de su hermanito mayor.

 

 

 

 Erika Castillo

 

 

 

 

2 comentarios:

  1. Hola, este texto y personajes me cautivaron. Como lectora me enamoré de la trama, como maestra, la llevé a escena con mis estudiantes de secundaria.

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    1. Es un libro maravilloso en verdad☺️, gracias por tus comentarios 🌟

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