viernes, 25 de marzo de 2022

Aventuras de una mamá lectora: Entre dientes, prisioneros y hadas.

 “¿Qué edad hay mejor que aquella en que las dos mejores virtudes, la alegría inocente y la necesidad de amar, eran las dos ruedas de la vida?”


LEÓN TOLSTÓI

 

Es un placer enorme volverme a encontrar con ustedes mis queridos Anaquelianos en este nuestro muy amado rinconcito literario.

¿Alguna vez han cerrado los ojos sólo por un instante y al abrirlos nuevamente se percataron de que el tiempo había pasado de pronto?

 

Hace días miraba distraídamente un documental sobre el tiempo y el espacio, el narrador  daba varias explicaciones sobre la Física y como se comportaba allá arriba en el universo; de pronto mencionó algo que me sacó de mis devaneos: El espacio-tiempo en presencia de un agujero negro puede doblarse o distorsionarse. La explicación siguió su curso, pero mi mente se quedó pegada a esta idea. ¿Cómo podemos doblar el tiempo? ¿Acaso es algo tangible? Siempre se nos ha enseñado que el tiempo corre en una sola dirección y no lo podemos controlar. Por lo que escuchar estos conceptos me hizo estallar la cabeza, literalmente.

¿Y qué es lo que hago cuando esto me sucede? Leer y leer hasta encontrar una respuesta que me deje en cierto grado satisfecha.

 

«A veces me pregunto cómo llegué a desarrollar la teoría de la relatividad. La razón, creo, es que un adulto normal nunca se detiene a pensar en problemas de espacio y tiempo. Estas son cosas que se piensan durante la infancia, pero mi desarrollo intelectual se retrasó, y como resultado comencé a plantearme preguntas sobre el espacio y el tiempo cuando ya había crecido».





 

Estas palabras son de uno de mis amigos favoritos, Albert Einstein. Creo que si hubiéramos sido contemporáneos yo hubiera estado haciendo fila para ser su secretaria o cualquier cosa que me permitiera poder entablar una conversación con él. Pero lo más cercano que tengo a esto es una pequeña de cabello rizado, con más energía que una fusión nuclear y llena de preguntas que me hacen sudar frío en más de una ocasión.

 

Bueno y que tiene que ver uno con lo otro. Dejenme rebobinar un poco. 

No hace mucho tiempo había una mamá con una beba regordeta de cabellos rizados que no dejaba de llorar. Angustiada la madre primeriza, mecía a la nena en brazos por la casa, le susurraba palabras tranquilizadoras mientras besaba su frente. Pero la pequeña no dejaba de llorar. La razón, su primer diente estaba por salir.

 

“El destino no hace visitas a domicilio, hay que ir por él “.

 

Recuerdan mis queridos Anaquelianos que hace tiempo les platiqué sobre una de mis actividades honorarias; soy la presidenta del club de admiradoras de Fermin Romero de Torres, personaje ilustre de la saga “El Cementerio de los libros Olvidados”. Bueno, pues ahora he podido regocijarme con la parte tres de la entrega, “El Prisionero del Cielo”. En este libro, Carlos Ruiz Zafón nos regaló el privilegio de conocer la trastienda de este personaje tan lleno de carisma y con soltura de palabras que arrancan más de una carcajada a quien lo ha conocido a través de sus letras.

 

Estando yo viviendo de la mano de mi querido Fermin, de pronto me llega Valentina y con una voz muy preocupada me dice:

 

      ¡Mamá se me ha caído un diente!

 

Mientras en su manita regordeta veo un pequeño punto blanco con algunas gotas de sangre. Efectivamente, mi pequeña había perdido su primer diente. 

 

No supe si sentirme emocionada o soltarme llorando. Una rapsodia de imágenes se me algoparon en mi cabeza: esas noches amamantando a un pequeño bultito rosado, esos primeros balbuceos a los que yo podía traducir sin miedo a equivocarme, esos primeros pasitos por el piso de la cocina, aquel diente pequeñito que se asomó por primera vez después de varias noches de insomnios…

 




¡Pero si todo esto pasó hace unos cuántos días! ¿Cómo es posible que ahora ya estemos en la parte donde tenemos que invitar al hada de los dientes a visitarnos cuando las estrellas se asoman por la ventana?

 

Es lo que tiene llegar a viejo... Que nadie se acuerda de que también han sido unos capullos.

 

Valentina ha llegado a esa parte de la vida donde es necesario soltar para poder seguir adelante. Hoy ha sido su primer diente, pero todo lo que conlleva este acto es lo que me hace sentir mariposas en el estómago mientras escribo estas letras. ¿Sus amigos imaginarios comenzaran a despedirse? ¿Las muñecas encontraran un lugar permanente en un rincón, mientras nuevas distracciones ocupan sus días? ¿Ya no tendré más abrazos somnolientos por las mañanas? Mi niña ha crecido tan rápido…

 

En estos momentos ni Fermín Romero de Torres ha podido consolarme. No me malentiendan, no es que me encuentre triste, es la melancolía de soltar lo que más se ama la que me tiene “achicopalada”.

 

Pero haciendo uso de la valentía que me ha enseñado mi pequeña, puse una sonrisa en mi rostro y con mucha alegría la invité a buscar donde colocar el pequeño diente, para que cuando llegara el hada por la noche no tuviera problema en encontrarlo. Después hicimos dibujos que dejaríamos para que ella se los llevara de recuerdo a la tierra de las hadas y terminamos nuestra tarde con una fiesta del té con todas las muñecas por compañía. Estábamos festejando que Valentina ya era una niña grande.

 

El futuro no se desea, se merece.

 

 

Mis queridos Anaquelianos me despido de ustedes, deseándo que un libro los acompañe en esos “primeros momentos de su vida”, que les de la valentía para soltar y les muestre el camino hacia su destino. Mientras tanto, yo tengo que averiguar como contactar a cierta hada…

 

Erika C.

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